Senderos de identidad. Juan Durán Luzio. Editorial Costa Rica, 2003. |
Sería interesante averiguar si la costumbre de llamar "ensayo" a lo que debería llamarse "investigación" o "ponencia", es un fenómeno local o internacional. Lo cierto del caso es que aquí, en Costa Rica, el ensayo como género literario le ha cedido el paso (y el nombre) a la producción académica.
Mientras la investigación académica debe sustentarse en una concepción teórica y abundante bibliografía, desarrollarse con fiel apego a un método y exponerse con una frialdad desapasionada que, quiérase o no, acabará perjudicando su estilo y su atractivo, el ensayo, género situado en las antípodas de la investigación, tiende a reflexionar más que a demostrar. Michel de Montaigné, el creador del ensayo, creo el género precisamente como alternativa a la pedantería y erudición de los pesados estudios de los académicos de su época.
Otra circunstancia los diferencia. Mientras la investigación académica va dirigida a un público iniciado y, en muchos casos, especialista, el ensayo, sin importar su tema, va dirigido al público en general que, para disfrutarlo y comprenderlo, no debe disponer de más requisitos que su curiosidad.
En este sentido, los diez ensayos del libro Senderos de identidad, de Juan Durán Luzio, constituyen un valioso rescate del género en su sentido tradicional. Aunque el autor es profesor universitario, no incurrió en el erro, bastante común entre sus colegas, de presentar como ensayos escritos que no lo son.
Los diez apartados de su libro son realmente ensayos en el sentido clásico del término y esa es la primera cualidad que debe destacarse, especialmente en estos tiempos en que hasta la palabra misma se ha vuelto engañosa.
Aunque el libro tiene con más frecuencia de la estrictamente necesaria un soberano desplante de erudición y pese al hecho de no haber renunciado a la molesta costumbre de las justificaciones con citas textuales y notas al pie de página, perfectamente prescindibles en el género y que en buena medida entorpecen la lectura, lo cierto del caso es que estos ensayos brindan interesantes puntos de vista sobre momentos clave en el desarrollo de nuestra literatura.
El libro se fue haciendo poco a poco. Cada uno de los apartados es un texto autónomo y todos ellos fueron publicados previamente en espacios y años distintos. Ha sido una feliz idea editarlos en un solo tomo, ya que la lectura de todos ellos, en conjunto, de alguna forma facilita una visión panorámica sobre etapas diversas de la literatura costarricense.
Agrupados cronológicamente, no por el año en que fueron escritos sino por el tema al que se refieren, el primero trata sobre la visita que, en 1502, realizó Cristóbal Colón en su cuarto viaje a la costa caribe de lo que después sería Costa Rica.
¿Qué tiene que ver eso con la literatura costarricense? Pues que esa página en el diario del Almirante sería, sin lugar a dudas, el primer texto sobre nuestra tierra escrito en español.
Durán Luzio se concentra en el hecho, poco conocido y ciertamente menos divulgado, que Colón recibió como regalo de los habitantes locales a un par de niñas que, luego de vestirlas y darles regalos, devolvió a tierra. Sobre este episodio existen cuatro versiones que Durán compara con considerable ingenio y sentido crítico, aunque tal vez excesivamente concentrado en los detalles más mínimos.
Los ensayos siguientes se ocupan de una carta de Juan Vásquez de Coronado, una semblanza del ilustrado costarricense Liendo y Goicoechea y un aporte ciertamente interesante de don Florencio del Castillo en las Cortes de Cádiz a favor de los derechos de autor. Viene luego un artículo sobre Manuel Argüello Mora, nuestro primer novelista.
Interesantísimos, valiosos como documentos y sin lugar a dudas fruto de un profundo y meticuloso estudio, a estos ensayos iniciales se les puede reclamar, sin embargo, el ser demasiado historiográficos, el prestar quizá más atención al dato que a su relevancia.
Curiosamente, en Senderos de identidad, cuanto más próximo está en el tiempo el tema, más profunda es la reflexión y, cuanto más antiguo es el asunto del que se trata, más frecuente es la digresión a partir del dato curioso.
El fenómeno no deja de resultar paradójico, puesto que se supone que la distancia brinda la perspectiva que facilita el análisis.
En ensayo sobre la novela El problema, del guatemalteco Máximo Soto Hall, publicada en Costa Rica y la que podría considerarse su réplica, La caída del águila de Carlos Gagini, permite conocer cómo se plasmó en la ficción un debate que fue casi cotidiano en el cambio del Siglo XIX al XX, cuando algunos latinoamericanos veían la penetración de los Estados Unidos de América como una agresión que debía resistirse, mientras otros la miraban como el avance hacia un futuro inevitable y prometedor.
El escrito sobre la relación de la obra literaria de don Joaquín García Monge con las posiciones estéticas de Emile Zolá, es un ensayo admirable que aporta luces sobre una influencia poco considerada.
Así mismo, Duran Luzio hace justicia a Max Jiménez, al aproximarse a su novela El Jaúl, no desde la perspectiva temática, que la acaba reduciendo a una más de las novelas sobre la realidad rural de un pequeño pueblo, sino desde una perspectiva estilística que permite descubrir, a través del descarnado y en buena medida grotesco modo de relatar y describir los hechos, el gran valor de vanguardia de esta obra, ciertamente distante del naturalismo en el que, con cierta majadería, ha tratado de ubicársele.
Bastante hermoso es el ensayo dedicado a don Joaquín Gutiérrez, sin lugar a dudas el más emotivo de todos, en el que valiéndose de imágenes del ajedrez, narra las andanzas de nuestro gran escritor por las tierras de sus amores: su Costa Rica natal y su Chile adoptivo.
El más audaz de los ensayos es, sin lugar a dudas, el último, en el que hace la semblanza de la obra poética de Laureano Albán. A diferencia de los anteriores, cuidadosos y comedidos, en este ensayo se sueltan afirmaciones elogiosas bastante desbordadas, expuestas y sostenidas de manera poco convincente.
Aunque el dedicado a don Joaquín Gutiérrez está, como se dijo, escrito en un tono emotivo al que podríamos llamar incluso cariñoso, el dedicado a Laureano es el único abiertamente cargado de elogios.
Pero eso es, en fin, lo bueno del ensayo. A diferencia de la investigación académica, en que ciertas actitudes estarían fuera de lugar, en el ensayo tienen cabida el humor, la ironía, el rechazo abierto y visceral y la admiración desbordada. El ensayo no demuestra, sino que propone. El investigador llega a conclusiones, el ensayista manifiesta su opinión. Estos ensayos de Durán Luzio proponen atractivos temas de reflexión a partir de originales puntos de vista.
Quizá el mayor mérito de esta obra, sea el equilibrio con que la atención se divide entre la obra literaria y su momento histórico. Los artículos sobre literatura suelen distraerse en anécdotas extraliterarias o, en el extremo opuesto, concentrarse en el texto sin prestar atención a su entorno. Con este libro, parodiando a Ortega y Gasset, descubrimos como las obras literarias son el texto y su circunstancia.
INSC: 1759
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