lunes, 17 de noviembre de 2014

Don Guido habla de los otros.

Piedra Azul atisbos en mi vida. Guido
Sáenz. Editorial Costa Rica. 2002.
A lo largo de su vida, don Guido Sáenz se ha impuesto grandes y duras tareas, ha combatido amargas batallas y ha obtenido importantes logros. Hijo de don Adolfo González Feo, quien tenía una gran habilidad para la escultura, y de la pintora Luisa González de Sáenz, don Guido pasó toda su infancia y juventud rodeado de artistas como Teodorico Quirós, Fausto Pacheco, Francisco Amighetti, Margarita Bertheau o Manuel de la Cruz González. Todos ellos, junto con los padres de don Guido, formaban parte del Círculo de Amigos del Arte cuyas exposiciones, conferencias y talleres fueron fundamentales para el desarrollo de las artes plásticas en nuestro país.
Siendo un niño, don Guido montó un teatro con sus compañeros de escuela en su casa en barrio La California. Como los pequeños de su edad no tenían dinero, cobraban de entrada botellas vacías para luego venderlas.
Aunque en aquel tiempo no era una carrera con muchas oportunidades, apenas terminó el bachillerato en el Colegio Seminario, don Guido quiso ser pianista. Su padre lo envió a Boston, donde estuvo poco más de un año estudiando el instrumento con disciplina y en busca de la excelencia. Problemas de salud de su padre lo obligaron a regresar a Costa Rica para hacerse cargo del negocio familiar. Sin embargo, a pesar de sus responsabilidades como empresario, don Guido se mantuvo siempre activo en el plano artístico. En los años cincuenta formó parte del Teatro Arlequín, primera compañía estable de nuestro país que durante todo el largo tiempo que estuvo activa, ofreció al público un repertorio bien escogido con montajes esmerados. Se decía que antes del Teatro Arlequín, la actividad teatral en Costa Rica consistía en que un grupo de amigos ensayara tres meses para luego presentar la obra dos noches. El Arlequín hizo teatro para el público y público para el teatro.
Guido Sáenz en sus tiempos de escolar
en el Edificio Metálico.
Sin embargo, la labor más conocida de Guido Sáenz  fue en el campo de la música. Con el total apoyo de don Pepe Figueres, reestructuró la Orquesta Sinfónica Nacional para elevar su calidad hasta el más alto nivel e inauguró el programa juvenil para formar nuevos músicos desde la más tierna infancia. 
En los seis años que fue viceministro y en los dos años que fue Ministro de Cultura, don Guido ideó y desarrolló grandes proyectos. Fundó el Museo de Arte Costarricense, el Parque Metropolitano de La Sabana y la Plaza de la Cultura. Al terminar su paso por la función pública, publicó el libro Para qué tractores sin violines y la obra teatral La llamada del tiempo. Escribió en la prensa y dio clases en la universidad. Produjo el programa de televisión Atisbos, en que entrevistaba a destacadas figuras de la música, el arte y la literatura. Ya retirado, se dedicó a pintar paisajes al óleo. Por su capacidad de concretar proyectos de gran calidad en poco tiempo, fue llamado a hacerse cargo de la creación del Parque de la Paz y de la reestructuración del Sistema Nacional de Radio y Televisión Cultural, que estaba a punto de cerrar. Cuando fue Ministro de Cultura por segunda vez, recuperó la Antigua Aduana para convertirla en un amplio centro cultural. 
Pianista, actor, escritor, columnista, pintor, divulgador cultural en la televisión, don Guido es, sin lugar a dudas, una de los grandes personajes del sector cultural costarricense. Sus dos mayores méritos, en mi opinión, son su disposición a ayudar y su preocupación por divulgar cualquier esfuerzo valioso. A lo largo de cincuenta años don Guido ha colaborado con todas las iniciativas de teatro, danza, cine, música y literatura que se lo han solicitado. Los gestores saben que si su proyecto es serio y de calidad, Guido Sáenz los respaldará en todo lo que esté a su alcance. Y en cada proyecto, la preocupación principal de don Guido es, junto a la excelencia, la divulgación. Siempre procura que la mayor cantidad de personas tenga acceso  y se llegue a sentir parte de los proyectos artísticos que promueve.
Este era el edificio que se iba a construir para albergar los
Museos del Banco Central, al lado del Teatro Nacional.
Los planos y el presupuesto ya estaban aprobados, pero
cuando don Guido vio la fachada norte del Teatro, decidió
que no debía ocultarse y los Museos del Banco Central
se hicieron subterráneos.
En 2002, poco antes de asumir por segunda vez el Ministerio de Cultura, don Guido publicó Piedra Azul: Atisbos en mi vida. Un libro autobiográfico lleno de imágenes y situaciones tal vez lejanas en el tiempo pero todavía frescas en la memoria, sobre las que, en más de una ocasión, se brinda información sorprendente.
Cualquiera pensaría que al publicar sus memorias don Guido entregaría un texto completamente concentrado en su figura y sus andanzas pero, por increíble que pueda parecerles a quienes lo acusan de vanidoso y egocéntrico, Piedra Azul: Atisbos en mi vida es más bien un recuento del desarrollo cultural costarricense de las últimas décadas que el autor, protagonista y testigo de primera línea, narra con gran discreción sobre su persona para llamar la atención
Como eran varios pisos para abajo y la construcción se
demoró, los habitantes de San José, algo impacientes,
decían que, en vez de Plaza de la Cultura, lo que se hizo era
el hueco de la cultura.
sobre otras figuras.
En este libro don Guido habla de los otros. De su madre, la pintora Luisa González de Sáenz, del escritor José Marín Cañas, de Teodorico Quirós, de don Paco Amighetti, de don Pepe Figueres, de Guido Fernández o del presidente Daniel Oduber. Incluye también entre sus personajes a figuras actuales y activas, como Jiménez Deredia, Jacques Sagot, Carlos Lachner, Oscar Arias o Frankling Chang. En su vistazo internacional aparecen Horowitz, García Márquez, Andrew Wyeth y, naturalmente, dedica un capítulo aparte a Chopin, que es uno de los grandes amores de su vida.
Pero más que destacar el hecho de que don Guido, al incursionar en el género autobiográfico, haya optado por asumir el papel de hilo conductor


La Plaza de la Cultura en 1980.
entre muchos personajes y muchas situaciones, debe llamarse la atención sobre los dos sentimientos que profesa y manifiesta por las personas que menciona. A saber: admiración y agradecimiento.
La admiración de don Guido por los íconos nacionales o extranjeros a quienes tuvo la oportunidad de conocer es desbordada y el agradecimiento ante quienes lo apoyaron en sus proyectos es inmenso.
A sus adversarios apenas los menciona. A lo largo de su vida y sus luchas, hubo quienes no comprendieron la importancia de las propuestas que planteaba y, al referirse a ellos, don Guido tiene la altura de solamente señalar su incomprensión. Hubo también quienes lo atacaron con bajeza  y a estos ni siquiera los menciona por sus nombres, aunque sí recuerda, a veces en detalle y ciertamente dolido, la forma en que fue tratado. Lo que más lamenta don Guido al repasar sus tragos amargos es que, aunque en el desarrollo de su trabajo se ha topado con aliados y oponentes, algunos hayan tratado de perjudicarlo a él destruyendo sus obras, sin percatarse que a quien perjudicaban actuando así era al país.
Don Guido supervisa las obras en La Sabana.
Pero el libro tiene un tono alegre y, mientras las situaciones enojosas se consignan lo más escuetamente posible, los instantes felices se recrean, en cambio, extensa y minuciosamente.
En las páginas de Piedra Azul: Atisbos en mi vida, encontramos un Guido Sáenz contento y agradecido con la vida por las oportunidades que tuvo de aproximarse a las personas y los sitios de sus afectos y por haber logrado coronar con éxito las ambiciosas propuestas que emprendió, desarrolló y coronó con éxito. 
Aunque los grandes proyectos no los hace un solo individuo, sino que son la suma de esfuerzos de muchas personas e instituciones involucradas, lo cierto es que, en los que realizó don Guido, él puso los dos ingredientes clave: la iniciativa y la terquedad. Una iniciativa apremiante que hacía que todos pusieran manos a la obra, y una terquedad inflexible ante obstáculos y críticas que habrían hecho desistir a cualquier otro. 
La Sabana, más o menos por la época que fue terminada.
El espacio incluye Museo de Arte Costarricense, gimnasios,
pista de atletismo, piscinas, lago, canchas de fútbol,
béisbol y baloncesto. 
De hecho, al repasar sus grandes obras, don Guido no pone énfasis en el logro sino en la lucha. Más que autofelicitarse por la labor cumplida, lo que hace es recordar el desgaste que significó todo ese trabajo autoimpuesto.
En el repaso aparecen detalles simpáticos y desconocidos, como que los vecinos de La Sabana pidieron que se detuviera la excavación del lago porque los tractores que hacían el hueco levantaban demasiado polvo o que la decisión de crear la Plaza de la Cultura (y detener la construcción del edificio que iba a levantarse en ese sitio) surgió cuando don Guido, Bernal Jiménez y el presidente Oduber miraron por primera vez, desde la esquina de La Llacuna, el costado norte del Teatro Nacional el mismo día que derrumbaron las casas que lo cubrían.
Por esos detalles, que quizá algunos consideren puramente anecdóticos o de historia menuda, pero que ciertamente solo un protagonista de los hechos conoce, hacen de este libro todo un documento testimonial sobre el desarrollo de las artes en Costa Rica.
Una página del libro, en que don Guido cuenta la charla que tuvo con Oscar Arias la vez que la Sala IV dijo que no avalaba la reelección, acabó generando una sonada polémica. 
En el terreno puramente personal, don Guido optó por una discreción que roza con el silencio absoluto. Naturalmente se refiere a su parentela y a sus ancestros, habla de su padres largamente así como de su matrimonio de cincuenta años con Daisy Shelby, pero lo cierto del caso es que sus memorias se ocupan principalmente de su vida pública como artista (pianista, actor, pintor) o como gestor cultural (ministro, profesor universitario, conductor de televisión etc.). Las únicas anécdotas personales y familiares se ubican, como era de esperarse, en su infancia, período desde el que ya se vislumbraba lo que se venía: Un melómano que tenía como juguete favorito un tocadiscos, un actor que estableció su propio teatrito con los compañeros de la pandilla y un empresario que empezó a levantar una pequeña fortuna infantil a base de botellas vacías.
Esa actitud de repasar su vida pública y guardar silencio sobre su vida privada no es nueva en Guido Sáenz quien, a diferencia de otras celebridades locales, acaba siendo a partes iguales conocido y desconocido para quienes no forman parte de su círculo íntimo.
La publicación del libro Piedra Azul: Atisbos en mi vida fue aprobada por la Editorial Costa Rica cuando se suponía que don Guido se aproximaba al retiro. El llamado que le hizo el Presidente Pacheco para que ocupara de nuevo el Ministerio de Cultura lo hizo escribir una Addenda sobre este nuevo capítulo en su vida.
La energía y la voluntad emprendedora de don Guido está lejos de agotarse. No es casualidad que este hombre que empezó a pintar a los sesenta años y que aún es novato en el uso de la computadora, haya titulado el primer capítulo de sus memorias con un sugerente: Comenzar a cualquier edad.
En lo personal, le tengo un gran aprecio a don Guido. Cuando conversamos
siempre me hace sonreír con su fino, oportuno e ingenioso sentido del humor.
INSC: 1804

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