Breve historia de la literatura costarricense. Álvaro Quesada Soto. Editorial Costa Rica. |
Muchas veces los resultados no responden a las intenciones. El libro Breve historia de la literatura costarricense, de Álvaro Quesada Soto, a pesar de ser un texto interesante y profundo, difícilmente alcanzará a un público tan amplio como el que pretende. La intención del autor, manifiesta en la primera página, es conciliar cierto rigor académico "con un lenguaje comprensible y una exposición amena y fluida, atractiva para cualquier lector no especializado."
Semejante introducción hace nacer el optimismo, ya que con frecuencia da la impresión de que los especialistas escriben solamente para su gremio, olvidando que su tarea como intelectuales, además de analítica, debe ser divulgadora.
No obstante, el optimismo dura poco. El libro arranca con un tono didáctico e informativo pero, conforme avanza se va volviendo cada vez más doctoral y académico.
Se suponía que el texto iba dirigido a un público amplio, pero las menciones de obras y autores, tanto nacionales como de otros países, vienen sin la más mínima referencia que ayude a identificarlas.
Más adelante se habla del naturalismo francés o del realismo ruso sin detenerse a explicarlos ni siquiera brevemente.
Poco después menciona la influencia del idealismo arielista y acratismo tolstoiano, de nuevo sin explicaciones ni referencias, por lo que muy pronto queda claro que el libro que se escribió con la intención de servir de obra introductoria para el gran público, acabó convirtiéndose en un tratado para iniciado.
La Breve historia de la literatura costarricense, pese a lo que diga su primera página, es un trabajo de especialista para especialista. Y aceptando ese hecho se le encuentra explicación al tono del ensayo, carente de emoción y de entusiasmo y escrito con la frialdad impersonal característica de los documentos universitarios.
No se supone que los textos de historia literaria se adornen con florituras y giros ingeniosos, pero no deja de sorprender que a quienes analizan la literatura (y se supone sensibles a ella) no muestren ninguna intención de elevar sus análisis al rango de género literario. A veces da la impresión de que los análisis literarios fueron redactados por un notario o por un médico que levanta el acta de la autopsia.
El propio don Álvaro declara en su libro: "El ensayo, en el sentido tradicional del término, tiende a perder importancia en estos años, sustituido por la investigación científica o el estudio de corte académico, proveniente de profesores universitarios."
Es interesante que en todo el texto, salvo algunos versos del Vuelo Supremo de Julián Marchena, no hubo fragmentos de narraciones o poemas que merecieran ser citados por su belleza o valor expresivo, así fuera como ilustración.
Al principio explica ampliamente la tesis de que la formación de una literatura nacional era parte del proceso de crear una identidad nacional y, a partir de allí, en el resto del libro se le presta más atención a las estructuras y coyunturas históricas que al desarrollo de la literatura como arte y forma de expresión. El libro tiene una perspectiva más social que estética. La historia de Costa Rica es lo verdaderamente importante en esta obra y las manifestaciones literarias se consideran un fenómeno que responde a la situación social del momento, como si los escritores (todos los escritores de una generación) respondieran a los acontecimientos políticos y económicos para escoger el tema y la forma de plantearlo en un libro. Es verdad que en la creación literaria, como en cualquier otra actividad, el medio influye, pero desde la iniciativa misma de contar una historia o escribir un poema no deja de ser un impulso individual.
En ningún momento le presta atención al tratamiento del lenguaje, al estilo o a la construcción y estructura de las obras literarias sino, únicamente, al tema del que tratan. De tal forma que, El jaúl de Max Jiménez y El sitio de las abras de don Fabián Dobles, dos novelas tan distintas en propuesta, estructura y lenguaje, no se aprecian por su riqueza expresiva sino solamente considerando su visión de la sociedad agraria. Si con el mismo criterio que se escribió esta historia de la literatura se escribiera una historia de la pintura o del cine, imagínense las obras diametralmente distintas en propuesta y tratamiento que acabarían metidas en el mismo saco.
Otro problema del libro, es que el autor más reciente que menciona es uno nacido en 1947, de lo que se infiere que los jóvenes escritores costarricenses (y jóvenes entiéndase a todos los nacidos después de ese año) no existen o, si existen, aún no han producido ni una obra digna de mencionar en una historia literaria de nuestro país. Esta omisión debe señalarse, puesto que otros estudios de literatura costarricense, como el de Margarita Rojas y Flora Ovares de 1995 o el de Alfonso Chase de 1975, sí incluyeron hasta los más inmediatos contemporáneos aunque su aporte a la literatura nacional estuviera todavía por verse.
El ensayo de don Álvaro es profundo, inteligente, bien sustentado, pero es una muestra de análisis literario considerando solamente la perspectiva social e ignorando el desarrollo de las formas de expresión. Los profesores y estudiantes universitarios sin duda le sacarán provecho, pero la intención de que sirviera como obra informativa e introductoria para un público amplio, definitivamente no podrá cumplirla.
Un libro breve sobre la historia de la historia de la literatura costarricense, concebido, escrito y desarrollado con una verdadera intención introductoria, es un trabajo que los estudiosos y académicos aún tienen pendiente.
INSC: 1167
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