lunes, 24 de noviembre de 2014

Memorias propias y ajenas.

Memorias propias y ajenas. Alberto
Mata Oreamuno. COVAO,
Costa Rica, 1984.
El padre Alberto Mata Oreamuno era un cura de los de antes. Vestía su sotana negra todo el día y en todas partes, usaba sombrero y recitaba las oraciones secretas de la misa en latín. Era muy serio y tenía fama de ser un tanto regañón y malhumorado, pero en realidad, quienes lo trataban descubrían que tenía un fino sentido del humor. Le gustaba la música clásica, la historia de Costa Rica, la poesía y era también aficionado a escribir. Publicó numerosos artículos, biografías y catecismos.
Cuando cumplió ochenta años, en 1984, publicó un simpático y entretenido libro titulado Memorias propias y ajenas, ya que al hacer un repaso por su vida, quiso compartir tanto recuerdos suyos como de otros. 
Empieza contando que cuando estaba en tercer grado de primaria, en 1913, recibió su primera carta. Se la enviaba su padrino de confirma, el Dr. Valeriano Fernández Ferraz, y era la respuesta a una carta que el niño Alberto le había escrito para saludarlo. El Dr. Ferraz le decía en la carta: "Su letra es mala, pero se acordará de mí, cuando maduren las uvas que usted para las letras será bueno."
Aquel sabio español resultó profeta, porque los libros del padre Mata son amenísimos y quien se encuentra con uno en las manos acaba casi siempre leyéndolo de un tirón. 
El primer gran acontecimiento de su vida fue el terremoto que destruyó la ciudad de Cartago en 1910. Aunque era pequeño, guarda recuerdos de cómo era la ciudad antes de la tragedia y cuenta que cuando empezó el enjambre de temblores, los habitantes de la ciudad tomaron la precaución de dormir en improvisados ranchos y tiendas de campaña en un lote vacío situado donde actualmente se encuentra el edificio del Poder Judicial. Para un niño, la experiencia de ir cada noche de campamento era divertida, pero el terremoto ocurrió cuando la familia estaba en la casa que, solamente gracias a que la evacuaron rápidamente, no les cayó encima. 
Brinda un retrato cariñoso de sus padres, el poeta Félix Mata Valle, autor del libro de versos Brisas del Irazú, quien fue diputado en repetidas ocasiones y doña María Josefa Oreamuno Ortiz, de quien fue el último de nueve hijos y, al momento de escribir el libro, el único que sobrevivía. Hace un recuento genealógico para mostrar la lista de parientes suyos que fueron sacerdotes, entre los que se cuenta Anselmo Llorente y La Fuente, el primer obispo de Costa Rica. Cuenta que a los quince años, de poca gana y obligado, se convirtió en monaguillo del fraile capuchino Fray Remigio de Papiol y al ver de cerca el fervor con que celebraba la Santa Misa, se le despertó el deseo de convertirse en sacerdote. Fray Remigio era español, había vivido en México, Nicaragua y Costa Rica, estuvo un tiempo en la Cartuja de Miraflores en Burgos y murió asesinado durante la Guerra Civil española. 
El padre Mata estudió primero en el San Luis Gonzaga y posteriormente en el Colegio Seminario, regentado por padres paulinos alemanes, donde fue compañero de don Pepe Figueres, de Francisco Orlich y de Paco Calderón Guardia. Además de divertidas anécdotas de su época de estudiante, en el libro se refiere a su amistad con Monseñor Sanabria, quien fue el monaguillo de su primera misa, así como a sus experiencias jocosas en distintas parroquias.
Monumento al Padre Mata, en los jardines
de la parroquia de Guadalupe de Goicoechea.
La guerra civil de 1948 ocurrió mientras el padre Mata era párroco en Heredia y tenía como coadjutor al padre Armando Alfaro Paniagua. Todo el mundo sabía que el padre Mata era calderonista y el padre Alfaro figuerista, así que la casa cural fue objeto, en repetidas ocasiones, de registros minuciosos por parte de las fuerzas de ambos bandos por la sospecha de que allí se ocultaran hombres o armas del bando opuesto. 
Se refiere ampliamente, por supuesto, a los más de veinte años en que fungió como párroco de Guadalupe de Goicoechea. Cuando estaba construyendo el nuevo templo de esta comunidad, el padre Mata, vestido con su infaltable sotana negra, entraba a las cantinas a vender números de rifas para financiar las obras. Los parroquianos, además de comprar números, convidaban al padre a tomar un trago, pero él declinaba la invitación alegando que si tomara un trago en cada cantina, regresaría a la casa cural gateando.
El libro tiene varios anexos, entre los que están el poema que don Félix Mata Valle, padre del autor, escribió en homenaje al Obispo Bernardo Augusto Thiel y fue recitado por el propio autor el día del funeral del prelado. También se incluyen poemas escritos por el propio padre Mata.
Tenía razón el Dr. Ferraz: cuando maduraron las uvas, Alberto Mata Oreamuno fue bueno para las letras. 

INSC: 0183


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