Hace ya bastantes años, entré al aula donde iba a dictar clases y, en la lista de estudiantes, reparé en un nombre: Gabriel Montenegro Sansonetti. Su segundo apellido no es común en Costa Rica. Pedí que se levantara y le pregunté: "¿Es usted familiar de don Vito?" "Soy su nieto." Me contestó.
Le pedí entonces que fuera portador de un mensaje. "Dígale a su abuelo que le mando saludos. Que lo admiro y lo respeto."
En la clase siguiente, Gabriel me sorprendió con un regalo. "Aquí le manda mi abuelo." Era su libro Quemé mis naves en estas montañas, que venía con una simpática dedicatoria: "Al profesor Carlos Eduardo Porras, con la esperanza de que no encuentre errores. Cordialmente. Vito Sansonetti."
En ese libro, el Comandante hace un recuento de las mil peripecias que debió afrontar en el proceso de colonización de Coto Brus, una empresa digna de ser recordada con agradecimiento y admiración.
Vito Sansonetti Clarini, nació en Roma en 1916. Su padre era almirante y Vito, siguiendo sus pasos, decidió dedicar su vida a la marina militar italiana. Ya como oficial, a bordo de la nave Duque de Aosta, realizó un viaje alrededor del mundo. Cuando el barco pasó por Panamá, el presidente Belisario Porras, que estaba casado con una costarricense, doña Alicia Castro Gutiérrez, ofreció un baile en honor de la tripulación. En esa fiesta, don Vito conoció al amor de su vida Olivia Tinoco Castro, una muchacha costarricense, sobrina de la primera dama, que por casualidad se encontraba de visita en Panamá. Como en una novela romántica, en ese primer encuentro don Vito le propuso matrimonio. Le pidió que esperara a que su barco terminara su gira y, apenas regresara a Italia, pediría unos días libres y se casarían. El plan, sin embargo, sufrió un serio inconveniente. Ni más ni menos que la II Guerra Mundial. Don Vito debió servir a la marina italiana durante el conflicto y la espera por reencontrarse con su novia, se alargó por siete años en que su única comunicación fue por carta. En tiempos de guerra, el correo circulaba con serias dificultades y largas demoras. Cada vez que don Vito recibía una carta de Olivia, confirmaba que la promesa seguía vigente. Cada vez que Olivia recibía una carta de Vito, se enteraba de que su novio seguía con vida. Finalmente se casaron, en Roma, sin haberse visto ni una sola vez desde su primer encuentro en Panamá, siete años atrás.
Al finalizar la guerra, Italia estaba en ruinas y su marina, destruida. La joven pareja decidió establecerse en Costa Rica. Aquel hombre que quería dedicar su vida al mar, acabó anclado en tierra, se convirtió en empresario agrícola e industrial y fue el artífice de un ambicioso proyecto de colonización, tan novelesco como su noviazgo. Tanto su historia de amor como su historia de trabajo parecen sacadas de una novela.
Cuando don Vito llegó a Costa Rica, la población del país entero no había alcanzado el millón de habitantes. El valle central, Guanacaste, Puntarenas, Limón y la zona norte tenían poblaciones considerables. El sur, sin embargo, estaba despoblado. De San Isidro del General a la frontera con Panamá no había ninguna comunidad ni siquiera mediana. Las tierras de Coto Brus, altas y fértiles, ofrecían grandes posibilidades de explotación agrícola. Habitaban en la zona diversos grupos indígenas y un pequeño grupo de colonos, provenientes de San Isidro, en la zona de Agua Buena.
La idea de don Vito era poblar esa zona con inmigrantes italianos. Su padre, el Almirante Luigi Sansonetti, se encargaría, en Italia, de buscar familias que quisieran rehacer sus vidas al otro lado del mundo. El gobierno costarricense, presidido por Otilio Ulate, se comprometía a abrir caminos y brindar las condiciones para que el proyecto de colonización fuera exitoso. Se fundó la Sociedad Italiana de Colonización Agrícola, se escogió el sitio para el nuevo poblado y se puso manos a la obra.
Ni siquiera había carretera. Era imposible que un vehículo motorizado llegara al lugar. Tras subir los cerros a caballo, el primer trabajo de los colonos fue abrir, en medio del bosque, con hacha y pala, una pista en que pudieran aterrizar avionetas. Hasta los materiales de construcción debían ser transportados por aire. Los inmigrantes italianos trabajaron hombro a hombro con los colonos de Agua Buena y con los indígenas del lugar para levantar el poblado, el templo, la escuela, el dispensario y, al mismo tiempo, para preparar las tierras para el cultivo del café y la cría de ganado. De las diez mil hectáreas que dio el gobierno, solamente tres mil se adjudicaron a italianos. Aunque muchas familias venidas de Italia levantaron sus casas y se identificaron con su nueva patria, algunos de sus paisanos no soportaron las condiciones y decidieron abandonar el lugar. Es verdad que en la Italia de la posguerra pasaban hambre, pero el trabajo del sitio de las abras, como diría don Fabián, superaba cualquier esfuerzo que hubieran imaginado. La comunidad se llamó San Vito, no en honor de su fundador, Vito Sansonetti, sino porque San Vito es el santo patrón de los inmigrantes. El empeño de los colonos pronto hizo que fuera un centro de población con electricidad, cañería de agua potable, escuela primaria y secundaria, clínica del Seguro Social y hasta banco. De hecho, la primer agencia bancaria, fuera del valle central, fue la inaugurada en San Vito por don Claudio Volio Guardia, gerente del Banco Anglo, que había sido, además, el Ministro de Agricultura e Industrias del gobierno de Ulate que impulsó el proyecto de colonización.
En su libro, don Vito afirma que la Sociedad Italiana de Colonización Agrícola cumplió con su parte del contrato, pero que el gobierno costarricense no cumplió con la suya. En una ocasión, en que se lo comenté a don Claudio, él simplemente me dijo: "Es verdad."
Pasaron los duros años de abrir montaña. Los habitantes de San Vito de Coto Brus prosperaron gracias al comercio de su café, de excelente calidad, y a su arraigado sentido comunitario. El propio don Vito menciona en su libro detalles tan pequeños, pero importantes, como el que cuando mira que hasta las familias más pobres tienen una humilde lavadora eléctrica de ropa, recuerda a las señoras de los primeros tiempos doblándose la espalda sobre una piedra cuando lavaban la ropa en el río.
Cumplida la colonización de San Vito, don Vito incursionó en otras actividades. Importó maquinaria agrícola y fue artífice de numerosos proyectos de colaboración entre Italia y Costa Rica. Como filántropo, contribuyó con trabajo y con recursos a proyectos educativos, culturales y de atención a jóvenes en riesgo social.
No tuve el placer de conocer en persona al Comandante Vito Sansonetti. La culpa fue mía. Quería ir a visitarlo para escuchar, directamente de sus labios, las historias que tanto me habían impresionado de su libro. Quería hacerle tantas preguntas, comentar con él tantos temas. "Un día de estos tengo que ir a visitar a don Vito", me decía, pero nunca le puse fecha a ese deseado encuentro.
Vito Sansonetti, murió en 1999 a los ochenta y tres años de edad. Yo escribí su obituario en el periódico. El mismo día que el artículo salió publicado, Gabriel, el nieto de don Vito que fue mi estudiante y a quien tenía tiempo de no ver, se apareció en mi oficina con un regalo. "Aquí le manda mi mamá", me dijo. Era el libro Cuentos de guerra a un país de paz, con una dedicatoria que decía: "En agradecimiento del lindo artículo que escribió sobre mi padre".
En este libro, don Vito rememora sus años de servicio en la marina y reflexiona con hondura y excelente prosa sobre los valores que marcaron a su generación.
Hasta en su final, la vida de don Vito parece sacada de una novela. Fue sepultado, al lado de Olivia, en San Vito de Coto Brus. En su tumba está el ancla del Duque de Aosta, el buque en que dio la vuelta al mundo. La lápida, simplemente dice: "Vito Sansonetti. Marinaio d`Italia."
Aunque los libros de mi biblioteca están ordenados por tema, tengo una sección donde están apartados los libros con los que tengo que salir en carrera en caso de un incendio. Allí atesoro los dos libros del Comandante Sansonetti.
Gracias a él, he adoptado una política en mi vida. Cuando quiero conversar con un señor mayor, no me tardo en ponerle fecha a la visita.
INSC 0829 0945
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Para mi que soy Cotobruseña, leer esto ahora que estoy lejos de casa me hace tan feliz.
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