Crónicas de otro mundo. Joaquín Gutiérrez. EUCR, Costa Rica, 1999. |
Cada vez son menos los que recuerdan el mundo cuando era bipolar. Los jóvenes padres de familia actuales, cuya edad apenas supera la treintena, estaban tan pequeños cuando se desintegró la Unión Soviética que no vivieron la época en que sobre el mundo, dividido en dos bandos, se cernía la amenaza atómica. Hablar de aquellos tiempos, es como hablar de otro mundo. Quizá por ello, Joaquín Gutiérrez decidió titular Crónicas de otro mundo, al libro que recoge una serie de artículos periodísticos que escribió sobre y desdes la Unión Soviética, entre 1962 y 1966 para el diario chileno El Siglo.
El mismo autor daba este material por perdido. La dictadura chilena de Pinochet arrasó con los archivos de El Siglo, por ser un periódico de izquierda. Pero la investigadora holandesa Elizabeth van Tilburg (traductora de obras literarias del español al holandés y viceversa) se dio a la tarea de rastrearlos en los archivos de la Biblioteca de Washington D.C. y, luego de revisar uno a uno los ejemplares de El Siglo, un buen día pudo entregarle a don Joaquín una gruesa carpeta en la que recogía todo su trabajo como corresponsal en Moscú. Sesenta de esas notas periodísticas, seleccionadas por el propio autor, componen el libro editado por la Universidad de Costa Rica.
Durante un aniversario de la batalla de Stalingrado, todos los corresponsales extranjeros estaban dentro de un auditorio presenciando un acto que, entre música y discursos, duró más de cinco horas. Don Joaquín estaba afuera, soportando el frío en medio de la plaza, conversando con los veteranos que lucían medallas y cicatrices. Así don Joaquín, en vez de reportar el aburrimiento de un acto oficial, logró transmitir los sentimientos de quienes recordaban la batalla en carne propia.
Las crónicas que integran el libro, fieles a la actitud del autor de mirar siempre desde la perspectiva del pueblo, no se ponen a teorizar ni se hunden en aburridos análisis de la realidad soviética, sino que cuentan, con una amenidad deliciosa, la reacción de los rusos ante el estreno de una película de Fellini, la vida familiar de un trabajador de Oktiabriski, o detalles anecdóticos y familiares de los primeros cosmonautas.
Durante la crisis de los misiles de principios de los sesenta, cuando se creía que la guerra nuclear empezaría en cualquier momento, don Joaquín recuerda que los simulacros de ataques atómicos que se realizaban en el edificio de apartamentos donde vivía, lejos de aumentar el temor y la ansiedad, hacían a los vecinos soltar la risa al verse unos a otros en batas, pijamas y paños más que menores. La consigna entonces era que, en caso de un ataque atómico, había que envolverse rápidamente en una sábana blanca y correr a toda prisa hacia el cementerio, para alcanzar lugar.
Todas las crónicas son tan ingeniosas, tan reveladoras y tan bien escritas que solo conociendo el enorme talento de don Joaquín se puede creer que las escribía toda prisa y que, gracias a la diferencia de hora entre Rusia y Chile, eran publicadas en Santiago al día siguiente.
Tuvo la oportunidad de entrevistar a hombres y mujeres ancianos que conocieron a Lenin. Se vio en apuros para reportar la destitución de Kruchev, puesto que los rumores eran muchos y la información oficial muy escueta. Viajó a las repúblicas asiáticas de la URSS.
El Dr. Mikhail Koulalokov, profesor de la Universidad Lomosonov de Moscú, refiriéndose a Crónicas de otro mundo declaró: "Ya no existe la Unión Soviética, pero existen los georgianos, los rusos, los tadzicos, los uzbecos etc. cuya vida está muy bien reflejada en los reportajes de Joaquín."
Como único corresponsal de su periódico en la URSS, don Joaquín debía cubrirlo todo: el gobierno, la economía, la aeronáutica, el cine, el teatro, el arte, la literatura y, también, las notas curiosas y pintorescas. Dentro de esta última categoría, incluyó un artículo delicioso sobre tres animales. Un oso, una tigresa y un gato. El oso estaba tan domesticado que era capaz de manejar un camión. La tigresa vivía en un circo, se escapó cuando dejaron la jaula mal cerrada, siguiendo su olfato, entró en una carnicería, los clientes salieron huyendo pero la tigresa no hizo más que echarse a comer salchichón, cuando estuvo satisfecha, salió a la calle y buscó un sitio para beber agua y luego, sin que nadie interviniera, regresó a la jaula. Los empleados del circo apenas estaban terminando de cerrar el candado cuando recibieron la cuenta de la carnicería. Ahora la historia del gato. En Tadyikistan abundan unas serpientes pequeñas muy venenosas. Había un gato que era especialista en matarlas y su trabajo era muy apreciado. En una de tantas, le fallaron los reflejos y la serpiente lo picó. La mordedura podía ser mortal. El Soviet local, logró que se hicieran a un lado todas las trabas burocráticas y consiguió que el gato fuera trasladado en helicóptero a un centro médico de una ciudad vecina donde le salvaron la vida y, tras unos días de merecido descanso, regresó a sus labores.
Una nota, en una polémica sobre estadísticas, lleva un título largo: "De cómo un tonto puede decir que dos más dos son cinco y un sinvergüenza puede decir que son tres."
Don Joaquín, que además de cronista en Moscú fue reportero en la guerra de Vietnam, pocos años antes de su muerte fue nombrado miembro honorario del Colegio de Periodistas de Costa Rica. El día que develaron su retrato mencionó que los periódicos nacieron en el siglo XIX y que en ese tiempo no había periodistas, solamente había escritores. En otra ocasión me dijo: "Es bueno que los escritores trabajen como periodistas porque eso les afloja la mano".
Don Joaquín en gira de exploración por alguna de las repúblicas asiáticas de la URSS. |
INSC: 0963
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