Pablo VI. Carlo Cremona. Ediciones Palabra, España, 1995. |
En 1954, cuando se anunció que Monseñor Montini, quien había trabajado durante treinta y dos años en el Vaticano, había sido nombrado Arzobispo de Milán, la reacción de la Curia Romana fue: "¿Y ahora quién va a escribir?"
Giovanni Battista Enrico Antonio María Montini era, además de un sacerdote devoto y piadoso, un hombre extraordinariamente culto. Hablaba con fluidez varios idiomas y no solo dominaba los clásicos sino que leía, en su lengua original, a los principales filósofos y novelistas del Siglo XX. Era un hombre de una exquisita cortesía y se expresaba en una prosa elegante y elevada, en que sopesaba cuidadosamente el alcance de cada palabra. Sus escritos tenían además el mérito de transmitir el mensaje de manera clara, concisa y sin ambigüedades. Con tal capacidad no es de extrañar, entonces, que a pesar de su juventud (entró a la Curia con veintitrés años de edad), todos los documentos importantes de la Santa Sede, desde la correspondencia diplomática hasta los discursos del Papa, fueran sometidos a su criterio antes de hacerse públicos. Los papas Pío XI y Pío XII, de quienes fue colaborador cercano, se sorprendían al ver cómo sus discursos, cuyos borradores ellos mismos habían escrito, lograban mayor concisión y se adornaban con una retórica más elevada luego de haber pasado por las manos de don Montini.
El talento era heredado. Su padre, Giorgio Montini, era abogado y periodista, director del Cittadino di Brescia, un importante periódico de la Lombardía, al norte de Italia, su tierra natal. Desde muy joven, Giovanni Batista escribía artículos en el periódico de su padre bajo el pseudónimo de Gibieme, que ciertamente no ocultaba a los vecinos la identidad de su autor, ya que eran las iniciales de su nombre: Giovanni Battista Montini. Más tarde, don Battista publicó, con el apoyo paterno, su propia revista, titulada La Fionda (La Honda).
La familia era pequeña: una abuela, el padre, la madre y tres hijos. Cuando, por algún motivo, alguno debía ausentarse de la casa, así fuera por pocos días, se escribían cartas, costumbre que mantuvieron toda la vida. Las cartas de don Montini eran verdaderas obras de arte literario. Un prelado francés, Monseñor Jacques Martin, quien era subalterno de Montini en la Curia Romana, recuerda que el día que los nazis ocuparon Francia, muy tarde en la noche recibió una carta de Montini en que le manifestaba que no quería que terminara ese día sin compartir con él unas palabras de aliento y esperanza. A pesar de que su trabajo consitía en leer y revisar documentos todo el día, en sus ratos de ocio se dedicaba a leer vorazmente y a escribir con prosa exquisita. De no haber sido clérigo, seguramente Montini habría sido poeta. Aunque, a decir verdad, de hecho lo fue, ya que sus discursos y correspondencia tienen una tensión y una musicalidad que solo pueden calificarse de poéticas.
Don Giovanni Battista Montini, desde muy joven trabajó puliendo los textos de la Curia Romana. |
No se crea sin embargo que don Montini era un ratón de archivo y biblioteca alejado de la acción y de sus semejantes. Fue el fundador y director de la FUCI (Federación Universitaria Católica Italiana), donde entabló una amistad de toda la vida con Alcide de Gasperi, Aldo Moro y Giulio Andreotti, quienes serían en los años de posguerra, los líderes de la Democracia Cristiana italiana, partido por el cual, dicho sea de paso, fue electo diputado su hermano Lodovico Montini. Los jóvenes de la FUCI creían en la democracia y abogaban por un régimen de libertades. Los fascistas, naturalmente, adversaban esas ideas y la única forma de discutir que conocían era a garrotazos. En una asamblea de la FUCI irrumpieron los fascistas y don Montini, al igual que sus muchachos, recibió una paliza. Irónicamente, aún adolorido por los golpes, le tocó trabajar en los documentos del concordato entre la Santa Sede y la Italia fascista que crearía, en 1929, el Estado del Vaticano.
Durante la II Guerra Mundial, el trabajo de Montini fue arduo y diverso. Coordinó la oficina de información y beneficencia, encargada de contactar a las familias con sus parientes prisioneros así como de brindar ayuda humanitaria a refugiados y desplazados. Estuvo a cargo además de la correspondencia diplomática de alto nivel con la familia real italiana y, especialmente, con las autoridades civiles y militares de los Estados Unidos. Su prudencia lo hizo ganarse la absoluta confianza del papa y su honestidad la de sus interlocutores.
Incluso en el caso de que no hubiera llegado a ser papa, la figura de Montini habría ocupado en la historia eclesiástica un lugar protagónico.
En 1954, como se dijo, Pío XII lo nombró Arzobispo de Milán, considerada la diósesis más importante del mundo. Como obispo, don Montini realizó una evangelización audaz y moderna. Sin embargo, don Montini no fue nombrado cardenal. Pío XII solamente nombró cardenales en dos ocasiones, en 1946 y en 1953, ambas anteriores al nombramiento episcopal de Montini. Juan XXIII, en su primer consistorio, puso el nombre de Montini como primero de la lista de nuevos cardenales. Cuando le entregó la birreta le dijo: "Todos sabemos que si usted hubiera sido cardenal en este cónclave, usted estaría ahora en mi lugar."
Vino luego la enorme aventura del Concilio. El papa Juan lo convocó casi por pura inspiración, sin preocuparse demasiado por los detalles. Don Montini fue quien le dio un marco estructural, definió los temas, la integración de las comisiones, el reglamento para los debates, las normas y el procedimiento para la inclusión de propuestas. Durante la primera sesión del Concilio, Montini apenas hizo uso de la palabra. Tanto a conservadores como a reformistas la apertura de Montini a escuchar y considerar los distintos planteamientos les inspiraba respeto y confianza. A la muerte del Papa Juan, el cónclave se reunió sin que nadie esperara una sorpresa. En el desfile de cardenales, las cámaras se enfocaban en Montini, quien avanzaba rezando con las manos juntas y la cabeza baja. Apenas empezó a salir el humo blanco, un reportero de televisión pasó entre la multitud preguntando, antes de que se hiciera el anuncio: "¿Quién es el papa?" Todos los que estuvieron al frente del micrófono contestaron, con absoluta seguridad: "Montini".
Su pontificado empezó con la enorme tarea de continuar y cerrar el Concilio. Un detalle que con frecuencia se olvida es que, aunque el Concilio fue convocado por el Papa Juan, en su pontificado el Concilio no produjo ningún documento. Todos los documentos del Concilio fueron promulgados por el Papa Montini, Pablo VI, quien, naturalmente, revisó minuciosamente la redacción final. Veamos un botón de muestra: los documentos vaticanos no llevan título, sino que son conocidos por las primeras palabras del texto. La Constitución sobre la Iglesia en el mundo moderno empezaba: "La alegría y la tristeza, la esperanza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo..." A Pablo VI le incomodó que el documento fuera conocido como Gaudium et luctus (Alegría y tristeza), por lo que cambió el orden de las palabras por: "La alegría y la esperanza, la tristeza y la angustias etc. de manera que el documento fue conocido como Gaudium et spes (Alegrías y esperanzas).
Al finalizar el Concilio, ocurrió lo que siempre ha ocurrido cuando termina un Concilio. Unos se resistieron a acatar sus enseñanzas y otros pusieron al Concilio a decir cosas que nunca dijo. A Pablo VI, como a todos los papas postconciliares a lo largo de la historia, le tocó la dura tarea de apurar a quienes no querían ponerse en marcha y de detener a los que marchaban en otra dirección. El resultado fue que perdió el favor de ambos. Por eso encontramos artículos que tildan a Pablo VI de papa revolucionario que rompió con la tradición y otros que lo califican como papa conservador que detuvo el proceso de apertura. Su labor no fue otra más que mantener la unidad.
Por la gran reforma del Concilio, en muchos aspectos Pablo Vl fue el primero y el último. Fue el primer papa en celebrar misa en italiano, en inglés y portugués, ya que anteriormente la misa solo se celebraba en latín. Fue el último papa en ser coronado y el primero en visitar los cinco continentes. En algunos aspectos, era un hombre del Siglo XX, no solo inauguró el Aula Nervi (hoy conocida como Sala Pablo VI) el gran edificio para las audiencias generales cuya arquitectura amplia, blanca y curva contrasta con el neoclásico de la Basílica, que está al lado, sino que también incluyó obras de arte moderno en las galerías vaticanas. En otros aspectos, Pablo VI parece un hombre de otra época, por ejemplo utilizaba cilicio, el instrumento con púas atado al cuerpo para mortificarse.
Me confieso gran admirador de este papa. Cuando era niño y lo veía en televisión, me impresionaba mucho su rostro, de nariz, orejas y cejas enormes, siempre con una expresión solemne y dolorosa, incluso cuando sonreía. Más tarde, cuando leí sus escritos, su prosa llegó a conmoverme no solo en el plano espiritual sino, especialmente, en el estético. Sus páginas eran una obra maestra literaria. Pocas veces coincide un pensamiento tan profundo con una exposición tan hermosa. Pablo VI escribía sus discursos a mano y como dije, era cuidadoso con cada palabra. Después de pronunciar su discurso, entregaba las hojas manuscritas de su puño y letra para que fueran mecanografiadas. Los encargados de transcribirlos prestaban mucha atención a los tachones. En una ocasión en que celebró misa en un templo pequeño pidió al Señor que escuchara las oraciones de: "...todos los aquí reunidos, incluyendo las de aquellos que no encontraron lugar dentro de estos muros." Los transcriptores descubrieron que originalmente había escrito "los que están afuera", pero lo había tachado para cambiarlo por la redacción ya dicha. A mí, este tipo de delicadeza me conmueve. Jamás Pablo VI habría podido decir que aquellos fieles "estaban afuera".
Merecería un artículo aparte citar los discursos de Pablo VI que son verdaderas joyas literarias. Su famoso sermón en que dijo que "el humo de Satanás ha entrado en el templo de Cristo", el precioso discurso que dirige a los artistas, la dramática carta que le envió a los terroristas de las Brigadas Rojas que secuestraron a su amigo Aldo Moro y la oración fúnebre en el funeral de Moro son verdaderos poemas. Su testamento es un texto maravilloso.
En estos días, he repasado un libro en que se presenta otra faceta de Pablo Vl. Es una biografía escrita por Carlo Cremona, un sacerdote que lo trató de cerca desde joven. La cercanía con el pontífice que disfrutó el autor, le permite revelar detalles personales muy simpáticos. Pablo VI tenía en un gato en el Vaticano. Los guardias y los monseñores de la Curia le cedían el paso porque era "el gato pontificio". Una vez, un prelado le comentó a un guardia suizo que le extrañaba que el Papa no le hubiera puesto nombre a su gato y el guardia, extrañado, preguntó: "¿Cómo? ¿No se llama Pontificio?" Cuando se enteró del breve diálogo, Pablo VI, en vez de nombre, le puso al gato en el cuello dos cintas, una amarilla y una blanca, para hacer el nombramiento oficial. En la villa de Castelgandolfo, la residencia campestre de los papas, lo que tenía era un perro enorme. Cuando el Papa llegaba, en la puerta principal de la casa lo esperaba un camarero con una sotana blanca limpia, ya que desde que se bajaba del automóvil el perro, al darle la bienvenida, estampaba sus huellas en la que llevaba puesta. Era también amigo de un indigente. En Milán, cuando era Arzobispo, visitó una cárcel para enfermos mentales y uno de los internos se encariñó con él. Cuando quedó en libertad fue a visitarlo al palacio episcopal y don Montini lo recibió. Pocas semanas después de ser electo Papa, el loquito se apareció en el Vaticano y pidió verlo. Un asistente milanés del Papa lo reconoció y lo pasó adelante. Al estar frente al papa le dijo: "Don Battista, ¿Por qué se vino a vivir a Roma? Me ha costado mucho encontrarlo." Aquel pobre hombre se quedó a vivir en Roma para estar cerca de su amigo, a quien visitaba con frecuencia. Vivía en un albergue de indigentes en donde todos creían que el don Battista del que hablaba era un amigo imaginario. Se burlaron de él cuando les señaló el retrato del Papa que había en el vestíbulo y les dijo que ese era don Battista, su amigo. A la muerte del loquito se enteraron que la amistad era real.
Pablo VI, en su momento, fue un papa incomprendido y muy criticado dentro de la misma iglesia. Su inteligencia, su gran cultura, su espiritualidad y su delicadeza, evitaron que una institución de dos mil años de antigüedad y más de setecientos millones de miembros acabara fraccionándose. Su figura, inevitablemente, se irá haciendo más grande con el tiempo.
Hoy, 19 de octubre de 2014, el Papa Francisco celebró la beatificación de Pablo VI. |
INSC: 1950
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