Las venas abiertas de América Latina. Eduardo Galeano, Siglo XXI, México, 1984. La primera edición fue en 1971. En 1984 ya iban por la trigésimo octava edición. |
Tuve que leer este libro dos veces y, en ambas ocasiones, por obligación. La primera, en la secundaria y, la segunda, en un curso en la universidad. Los dos profesores que nos impusieron su lectura acabaron un tanto frustrados. Ellos esperaban que, tras leer el libro, los estudiantes reaccionáramos indignados ante la injusticia y la opresión de nuestros pueblos pero, tanto mis compañeros como yo, llegamos al examen bostezando y quejándonos de una lectura tan aburrida. Los exámenes, en ambas ocasiones, fueron minuciosos, lo cual aumentó la frustración de los profesores. Comprobaron que de hecho habíamos leído atentamente el libro al punto de contestar preguntas muy específicas sobre su contenido, pero que no nos había impresionado en lo más mínimo. En ambos cursos nos llevamos sendas regañadas por ser jóvenes sin sensibilidad ni conciencia social, incapaces de conmoverse ante la realidad injusta de los explotados, que éramos jóvenes sin ideales y varios largos etcéteras, tan aburridos como el libro mismo.
Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano, que nuestros profesores consideraban una brillante exposición de historia económica, a nosotros los estudiantes nos pareció un melodrama lacrimógeno, un ejercicio de autocompasión, una lluvia de quejas que acababa en pura lloradera.
Según el libro, los países de América Latina son pobres porque, en la división internacional del trabajo, hay países que ganan y otros que pierden y los nuestros han estado históricamente del lado de los perdedores. Los países de América Latina son pobres porque los españoles los explotaron durante la conquista y la colonia, porque luego sirvieron de proveedores de materias primas con un trato comercial injusto a la industrializada Inglaterra y, finalmente, porque las compañías y el gobierno norteamericano no los deja surgir. Durante siglos, los países de América Latina han sido los perdedores y explotados, mientras España, Inglaterra y los Estados Unidos han sido los ganadores y explotadores. Si ha habido, a lo largo de la historia, latinoamericanos que lograron hacer fortuna, fue por su papel de cómplices con el explotador foráneo.
En el libro no hay, de más está decir, ningún análisis que justifique o explique esos planteamientos. Tal argumentación habría que buscarla en aquellos ensayos de Teoría de la dependencia que, hasta hace poco, fueron las sagradas escrituras de las facultades de Ciencias Sociales en América Latina. En el libro de Galeano lo que hay son anécdotas históricas sobre injusticias, narradas en tono trágico, sensacionalista y lastimero.
Entendámonos.Si alguien dice que el colonialismo es injusto, tendría muy poco que agregar. ¿A quién tendría que convencer? ¿Quién se lo discutiría? Si alguien afirma que a lo largo de la historia se han cometido injusticias, nadie se levantaría a negarlo. Ahora bien, tras la denuncia, lo lógico sería esperar un análisis o una propuesta, no una larga lista de ejemplos que, en el fondo, no buscan más que una reacción emocional. Es natural solidarizarse con quien ha sufrido un atropello, pero a la larga resulta cansado escuchar a quien se complace en representar su papel de víctima.
Imaginemos a alguien que diga: "Pobrecito yo porque sufro mucho, los demás se aprovechan de mí y todo lo malo que me pasa es culpa de otros, no mía".
El libro, además de llorón es, no solo pesimista, sino determinista. La pobreza de América Latina, más que una circunstancia, parece una maldición. Las riquezas naturales de nuestras tierras, existen para que las disfruten otros, así ha sido siempre y seguirá siéndolo.
Mis compañeros de clase y yo éramos jóvenes entusiastas que veíamos el futuro lleno de retos, oportunidades y, en el corto plazo, logros y satisfacciones. Y, en medio de ese optimismo juvenil, nos ponen a leer un libro que machaconamente repetía que ser latinoamericano implicaba ser pobre y explotado.
Me alegra que nuestro optimismo juvenil, aunque más tarde se viera golpeado por las circunstancias difíciles y los tragos amargos de la vida, no se oscureciera tempranamente por una lectura lastimera y pesimista.
Con el tiempo, además, le he encontrado otro defecto, y bastante grave, a este libro. Es espantosamente simplista.
La realidad es compleja y en ella intervienen muchos factores. Quien pretenda analizarla o retratarla debe tener el cuidado de abarcar la mayor cantidad de factores posible. Desconfío, por tanto, de todos esos autores que pretenden dividir el mundo en dos.
Quienes dividen el mundo entre ricos y pobres, si se tomaran la molestia de mirar alrededor, encontrarían muchos casos de ricos que se han arruinado y de pobres que han hecho fortuna. Los papeles, en el gran teatro del mundo, son variables.
Galeano tuvo la simpleza de dividir el mundo entre explotadores y explotados. Los países de América Latina, son los explotados. España, Inglaterra y Estados Unidos, los explotadores.
Dice Galeano que la conquista y la colonia española se caracterizaron por leyes arbitrarias y castigos crueles. ¿Era diferente la situación en España? Allá también regían las mismas autoridades despóticas con las mismas reglas.
Según Galeano, la revolución industrial hizo de nuestros países productores de materias primas para que los consumidores ingleses disfrutaran de productos manufacturados. ¿Es que nunca ha leído las novelas de Dickens? Los obreros de las fábricas de los centros industriales del siglo XIX no vivían exactamente en el paraíso.
Y en cuanto a los Estados Unidos, ¿No habrá leído tampoco Las uvas de la ira de Steinbeck?
Los ricos y los pobres, los ganadores y los perdedores, los favorecidos y los desfavorecidos, están en todas partes. Ubicar a los explotados en una región del mundo y a los explotadores en otra sería razón suficiente para negarle a este libro cualquier valor como análisis histórico.
Este año 2014, Eduardo Galeano declaró que "la realidad cambió", que escribió Las Venas abiertas de América Latina sin tener conocimientos de economía y política, que no tenía la información necesaria, que no sería capaz de leer el libro de nuevo y que, aunque no se arrepiente de haberlo escrito, lo considera una etapa superada.
Por estas declaraciones, la extrema izquierda ha acusado a Galeano de traición y la extrema derecha ha hecho leña del árbol caído. En vez de censurarlo o ridiculizarlo desde posturas extremas, su honestidad intelectual debe ser agradecida y respetada.
En el futuro lejano, Las venas abiertas de América Latina o, como prefiero llamarlo El libro de las lamentaciones, será leído solamente por quienes se interesen en la arqueología literaria. En el futuro próximo, me temo y lo lamento, no faltarán profesores que, como los míos, insistan en poner a sus estudiantes a leer este libro, que ya ni su autor puede soportar.
INS: 0226
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