Puerto de Pasiones. Faustino Desinach Costa Rica, 2001. |
Faustino Desinach dirige una mirada
sobre los aspectos más crueles de nuestra sociedad. Crudos, directos y, en
buena medida, grotescos, los textos que componen Puerto de Pasiones sorprenden
con una forma de expresión descuidada y brutal.
"Tomás dijo que los poemas
escritos por mí son vasos de ron echados a la cara”. Esta frase, que el propio
Desinach cita en Puerto de Pasiones refleja muy bien el
impacto del lector que se acerca a sus versos. Como si se acabara de recibir el
golpe del líquido contra el rostro, la primera reacción es de perplejidad.
Conforme pasan las páginas siempre
queda algo que sorprende y molesta. La lectura viene acompañada con un sentimiento
de desazón, de incomodidad, porque tanto en la forma como en el contenido, en
todas las páginas hay algo que molesta y perturba.
Que nadie se deje engañar por el
título. Puerto de pasiones está muy lejos de ser el libro que
uno pudiera imaginarse. En él no se encuentran ni un solo poema capaz de
complacer un gusto poético convencional. Entendámonos: Desinach no es uno de
esos poetas aspiran el aroma de las flores; él más bien busca en la basura la
causa de su pestilencia para mostrarla en toda su crudeza. La perfección o,
simplemente, la musicalidad del poema, lo tienen sin cuidado. Ajeno a todo
preciosismo, Desinach opta por el golpe directo, por el impulso fuerte y el
impacto doloroso. Huye del pulimiento, quizá por considerarlo un silenciador del
estruendo.
Los libros de Deshinach no se pueden
leer con los lentes de un gusto poético definido. Para entrar en ellos es
necesario, más bien, desprenderse antes de todo lo leído y lo creído. No se
trata de un poeta que se acerque al lector sino, por el contrario, un poeta que
marcha por su rumbo y que el lector, si quiere entrar en comunicación con él,
debe aventurarse a seguirlo dentro de su propio mundo y bajo sus propias
reglas. Que se alejen de él los que no estén dispuestos a tolerar lo inmediato
y grotesco de sus temas y lo rudo del lenguaje con que los trata.
El libro viene dividido en siete partes. Abre con Juego
de Pasiones, en el que ya en sus primeras páginas aparecen los niños que
encienden piedras y los policías que frustran clases de manejo en La Sabana.
Allí mismo se mencionan los funerales multitudinarios que tuvo el conocido
travesti Ana Yanci en Puntarenas.
De primera entrada queda claro que estamos frente
a una poesía dependiente de las referencias, de lo inmediato, como si hacer
poesía fuera (¿Y por qué no puede serlo?) una forma de mirar la realidad.
Se ha dicho que el arte es un reflejo del
mundo real. En este libro, más que reflejo, es eco. En medio de unos poemas a
veces duros de tragar, aparecen sonidos familiares que, lejos de endulzarlo,
hacen más amargo el trago.
Domingo Desnudo, la
segunda parte, nos muestra todas las reflexiones de un solitario que, encerrado
en su casa, reflexiona sobre la muerte del maestro Hugo Díaz y, entre otras
muchas actividades, a cual más de extrañas, decide matar el tiempo leyendo los
periódicos de la semana pasada. Esta sección cierra con un extraño verso:
“Santas Almejas”, que introduce una auténtica letanía que tendrá una presencia
muy fuerte a lo largo de la tercera parte y que no se abandonará del todo hasta
el final del libro.
A partir de la tercera parte, todos los poemas
cerrarán con invocaciones como “Santos Peces Voladores”, “Santos Cangrejos”,
“Santas Ballenas” y otras por el estilo.
Es en esta sección donde surge con mayor claridad una voz
desencantada, que reniega de quienes se meten a jugar de Madres Teresas sin
serlo y acaban huyendo “con las carteras hediondas a chorizo”. Es la voz de un
hombre que, aunque vive inmerso en la vida de una ciudad, por alguna razón
siente que no forma parte de ella.
El desencanto que empieza a asomarse, se desboca
en Muelles, el apartado siguiente, en el que se mencionan, entre
otras cosas, las protestas del combo del ICE, el mundo de la droga, las
declaraciones de Fidel Castro contra Costa Rica, la telenovela Betty la fea y
el banquete que, en diciembre pasado y en ocasión de la navidad, ofreció el
Presidente de la República a los indigentes josefinos. Aparecen, además,
sendos retratos de las portadas de La Nación y la Extra y se menciona el
asesinado de Parmenio Medina.
No se crea, sin embargo, que el libro cae en lo
panfletario. Se percibe más bien una voz de protesta que no pretende ni la
denuncia ni la reivindicación.
Tras una
descarga de bofetadas fuertes, Desinach baja el tono en Barómetros
Inapelables, seis poemas de vocación paisajística que simplemente miran al
entorno. Viene luego Amanecer en la Playa, un retorno al erotismo tan explotado
por el autor en sus dos primeros libros Itinerario sexual
y Cofee Sex.
Menos erótico
y más romántico (aunque siempre salpicado de crudeza) es Estero, la
parte más extensa del libro en que se desarrolla un amplio relato sobre dos
seres que desean estar juntos pero no pueden alcanzarse. El está en Puntarenas,
ella en la Península de Nicoya, pero siempre aparece un imprevisto que les
impide tomar el ferry. La necesidad de tener cerca al ser amado, justo cuando
la distancia parece infranqueable, llega a ser angustiante.
En esta
misma sección, que es la que cierra el libro, se
incluye una escandalosa colección de grafitis, así como sendas miradas a los
bajos mundos en los que cabe destacar un cine cuya pantalla está hecha de
sábanas remendadas y sucias y el consultorio de una bruja que no cuenta con
mayores efectos especiales.
Al terminar la lectura de Puerto de
Pasiones, ciertamente no quedan en la memoria imágenes poéticas
resplandecientes ni versos memorables. Lo que queda es un revoltijo de
sensaciones que inquietan hasta mucho después de cerrado el libro.
Ajeno a las intrigas del mundillo literario,
Desinach, que edita y publica en solitario sus propios libros, recibirá con un
impermeable las réplicas que genere su obra. Las reacciones, inevitablemente,
serán violentas.
Puerto de
Pasiones no es un poemario redondeado, acabado, bello y, podría
agregarse, ni siquiera agradable. Pero su lectura es una experiencia fuerte e
impactante, tan fuerte e impactante como recibir de golpe y por sorpresa, un
vaso de ron arrojado a la cara.
INSC: 1054
Faustino Desinach, poeta, narrador, pintor y fotógrafo. Esta foto, en NewYork, es de hace bastantes años, cuando las torres del World Trade Center estaban en pie. |
INSC: 1054
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