Ahora juega usted señor Capablanca. Mario Zaldívar. Editorial Costa Rica. Segunda edición, 2000. |
Esta novela breve nos lleva a la Cuba de
principios del siglo XX, donde, aparte de la dictadura de Machado y los éxitos de
los Matamoros, ocurren otros acontecimientos dignos de contarse.
Cuba ha sido siempre cuna de personajes
interesantes. Gerardo Machado, el presidente que mandó construir en tiempo
récord el Capitolio habanero y que instaló en sus jardines un monumento al
Diablo, sería quizá uno de los más atractivos, pero sus contemporáneos no se le
quedan atrás. Durante la dictadura de Machado, Cuba vivió el protagonismo del
músico Ernesto Lecuona, la revolución del son cubano por parte del Trío de los
Matamoros y gozó con el anecdotario de aquel magnífico dandy José Raúl Capablanca, campeón mundial de ajedrez.
Quizá cautivado por esas figuras tan
llamativas, el costarricense Mario Zaldívar escribió una novela ambientada en
la Cuba de aquellos años, en la que le brinda un papel protagónico al
ajedrecista, al tiempo que menciona de paso a los músicos y al tirano.
Que nadie se deje engañar. No esperen un
retrato de Capablanca ni un libro para el deleite de ajedrecistas. La novela
"Ahora juega usted señor Capablanca", a pesar de lo que pudieran
sugerir su título y su portada, es una obra en la que el juego de ajedrez
apenas se menciona y la personalidad de Capablanca tampoco se explota a
profundidad.
En la novela lo que se relata es un recuerdo de
infancia. Un recuerdo misterioso e intenso que, de haber sucedido, habría
marcado la personalidad del testigo para siempre. El narrador es un hombre
que durante su infancia pasaba largas
temporadas en la finca de café de sus abuelos. Sus padres vivían en La Habana,
pero su vida social y bohemia, llena de fiestas y bailongos, no calzaba con muy
bien con la paternidad. El niño era un estorbo. Para librarse de él lo enviaban
a la finca de los abuelos, quienes llevaban una vida totalmente serena en una
casona a la que luego se le descubrirían bastantes misterios.
Capablanca era un buen amigo del abuelo y, con
cierta frecuencia, se dejaba caer por la finca para conversar con los viejitos,
doña Roma y don Julián. Con este último, incluso, hasta se permitía jugar unas
partiditas de ajedrez, quebrantando con ello su norma autoimpuesta de nunca
jugar socialmente, sino solo a nivel competitivo. Lo que nadie habría
sospechado es que aquellas visitas, además de por la amistad, estaban motivadas
por la atracción que sentía Capablanca por la cocinera, así como por otras
razones que acaban saliendo a la luz al final de la novela.
Para aquel niño curioso, Capablanca se vuelve
foco de su curiosidad, pero pronto descubre que si hay algo realmente
extraordinario en aquella plantación, es la propia casa en que vive. La
vivienda, construida en una época en que ocultarse podría ser asunto de vida o
muerte, estaba llena de pasadizos y aposentos secretos que el niño, luego de
haberlos descubierto por casualidad, recorre constantemente y, con ello, logra
enterarse de los secretos mejor guardados de la mansión.
Para aquellos dos viejos que vivían
voluntariamente aislados, Capablanca era su contacto con el mundo exterior, no
solo en lo social, sino también en lo musical y lo político.
Luego se sabrá que el aislamiento de aquellos
señores no era tan cerrado como se creía y que su participación en la vida del
país era tan comprometida como la del que más.
INSC: 1116
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