sábado, 11 de octubre de 2014

Fernando Vallejo y el rey Juan Carlos de España.

Peroratas. Fernando Vallejo.
Alfaguara, España, 2013. Entre otros
artículos, en este libro se incluye 
Bienvenida al rey, pero con el título
Osos y Reyes.
En el año 2007, el rey Juan Carlos visitó Colombia para participar en un congreso de Academias de la Lengua. A propósito de la visita, la revista Soho publicó un artículo de Fernando Vallejo titulado Bienvenida al Rey. Aunque en las páginas de Soho aparecen desnudos y escritos subidos de tono, el escándalo que armó el escrito de Vallejo no solo sacudió el país, sino que le dio vuelta al mundo entero.
Como los monarcas europeos son poco conocidos al oeste del Atlántico, Vallejo lo presentó con pocas pero contundentes palabras. Dijo que Juan Carlos era idiota, buen vividor, borracho, mujeriego, corrupto y cazador. A pesar de lo duro de sus calificativos, el autor pasó de inmediato a disculparse. Lo de idiota, buen vividor y borracho, era asunto personal del rey y Vallejo, por tanto, no entraba a comentarlo. Lo de mujeriego, era un problema privado del rey y su esposa y el escritor tampoco quería meterse allí. Lo de corrupto, es algo que le compete solamente a los españoles y Vallejo también prefirió pasar de largo sobre este punto aunque, como quien no quiere la cosa, hizo un repaso del impresionante aumento de la riqueza de Juan Carlos quien, gracias a amistades poco recomendables, pasó de ser un pobretón a un millonario. 
Pero Vallejo, gran defensor de los animales, dijo que lo de cazador sí era algo que lo afectaba directamente y en este punto concentró su artículo. Para quienes no estén familiarizados con las campañas que Vallejo ha emprendido para la protección de los animales, vale mencionar que, además de numerosos y apasionados escritos sobre el tema, también ha realizado obras tan generosas que no dejan lugar a dudas de su compromiso real y sincero en el asunto. Una vez donó cien mil dólares a una organización dedicada al rescate, cuidado médico y alimentación de los perros callejeros. Cuando en una entrevista le preguntaron por qué lo había hecho, simplemente respondió: "Porque me agradan los perros". A la pregunta siguiente, "¿Por qué no donó el dinero a los pobres?", soltó otra respuesta simple: "Porque no me agradan los pobres."   
Volviendo al artículo de bienvenida, Vallejo, sin medirse en palabras, como es característico en él, da rienda suelta a todo su desprecio por alguien que mata a hermosos animales que nada le han hecho. No se remonta a las cacerías domésticas del joven príncipe al lado del Caudillo, ni a las también remotas y juveniles expediciones de Juan Carlos en África. Se concentra, exclusivamente, en dos cacerías de osos, una en Rumania y otra en Rusia.
El artículo, como se dijo, dio la vuelta al mundo. Como era de esperarse, fue muy leído en España, único país del hemisferio occidental en que está penado con cárcel publicar críticas al Jefe de Estado en los medios de comunicación. Digo único país del hemisferio occidental porque en Cuba tal acción no se considera delito porque ni siquiera existe la posibilidad de realizarla.
Hubo casos, bastante pocos pero muy sonados a este lado del Atlántico, de periodistas y caricaturistas españoles condenados en los tribunales por irrespetar la sagrada figura del rey. 
Probablemente ni el rey ni su corte le prestaron mucha atención al artículo de Vallejo en el 2007. Pero debieron haberlo hecho.  La popularidad del monarca no se vino al suelo por la cacería de osos denunciada en esa oportunidad, sino por la caza de un elefante en 2012. A raíz de ese hecho, los medios de comunicación españoles ignoraron la mordaza legal que pendía sobre ellos y empezaron a criticar y caricaturizar a don Juan Carlos como si esa ley, una de las pocas herencias que, además del propio rey, dejó Franco, no existiera. El comentario de Vallejo sobre la caza del elefante fue publicado, esta vez, en el diario El País.
Nunca pudo imaginarse que aquel tiro,
además de abatir al elefante, mató su
popularidad.
Más tarde, las andanzas financieras de su yerno, dieron el puntillazo al viejo monarca. El rey no pudo ver que, siete años antes de su abdicación, un escritor colombiano le hizo una advertencia que debió haber escuchado. La cacería y los manejos financieros misteriosos no son bien vistos. El estilo de vida a todo tren, tampoco.
Los españoles en el paro, los jóvenes que no encontraban un trabajo fijo, las familias que se veían en apuros para llegar a fin de mes, cuando supieron el platal que costaba darse el gusto de ir a África para matar un hermoso elefante, recordaron que ellos pagaron el capricho. 
Un dato lingüístico. Es interesante que el inicio de esta historia haya ocurrido en un congreso de Academias de la Lengua. Uno de los temas que más estudian, analizan y registran los académicos de todos los países hispanohablantes, es la diversidad de nuestro idioma. El español que se habla en México es muy diferente al de Argentina. Las variaciones no solo son nacionales, sino regionales. No es lo mismo escuchar a un andaluz que a un asturiano, a un peruano de la costa que a uno de la sierra. Los académicos, con sus estudios, sus diccionarios y sus gramáticas, tienen la doble tarea de fijar las normas que mantengan la unidad y de consignar los usos particulares de la variedad. Tarea difícil porque, con frecuencia, los que hablamos español utilizamos palabras muy diferentes para referirnos a lo mismo. Un ejemplo: cuando el rey Juan Carlos soltaba un exabrupto y decía palabrotas, en España le reían la gracia y lo disculpaban calificándolo de campechano y sencillo. Definitivamente, el español que se habla a cada lado del Atlántico utiliza diferentes palabras. En los países latinoamericanos, a esa conducta no se le llama campechanía ni sencillez sino, simplemente, vulgaridad. Gracias a lo fácil que es, en la actualidad, compartir información, los que hablamos español nos estamos influenciando mutuamente unos a otros y con frecuencia, uno mismo se sorprende utilizando palabras o expresiones que aprendió de un amigo que habla español de otras latitudes. Al referirse a su familia real, algunos españoles están abandonando los términos de la península y empiezan a utilizar los de otros países. Los de Colombia, por ejemplo.
Don Juan Carlos, bastante joven, en Angola. El leopardo muerto también se ve
bastante joven.

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