Completamente inmaculada. Francisco Méndez. Perro Azul. Costa Rica, 2002. |
El libro arranca en París, donde un muchacho
guatemalteco observa a la gente que merodea por la calle mientras espera
encontrarse con la mujer que ama. Pronto queda claro que no tienen una cita
sino que el encuentro, de darse, dependerá exclusivamente de la casualidad.
Se habían conocido en Guatemala meses antes,
él formaba parte de una pandilla de muchachos inquietos, revoltosos, jóvenes universitarios
que alternan sus estudios con trabajos esporádicos y memorables escapadas
nocturnas a bordo de un automóvil que por méritos propios ha llegado a
convertirse en un miembro más del grupo.
En una fiesta de despedida a alguien que ni
siquiera conocían, el protagonista conoce a Inmaculada, “Completamente
Inmaculada”, se presenta ella y desde el primer baile y la primera copa surge
un romance tan intenso que llega hasta alejarlo temporalmente de sus compañeros
de andanzas. Pero Inmaculada era una española que solo estaba de paso por
Guatemala y el día de la despedida inevitablemente llegó. Ella, para evitar
escenas lacrimógenas que afearan el último capítulo de una relación bonita, ni
siquiera permitió que la acompañara hasta el aeropuerto. El joven, por su
parte, con una confianza ciega en el destino, no recoge ni su dirección, ni su
teléfono, ni su correo electrónico, pero un buen día compra unos anillos de
matrimonio y se va en avión a Europa dispuesto a casarse con ella. Está tan
seguro de encontrarla que le muestra una foto al taxista que en Madrid lo lleva
del aeropuerto al hotel y, una vez instalado en su habitación, al asomarse a la
calle se pregunta cómo hará para bajar rápido las escaleras en caso de que la
vea caminando por la calle.
En medio de esa odisea descabellada, el
muchacho recuerda acontecimientos importantes en su vida. Recuerda cuando era
niño y vivió con su papá y su mamá en el garaje de sus abuelos hasta que el
nacimiento de su hermanito lo hizo mudarse adentro de la casa y compartir la
habitación con un tío barbudo de gran imaginación. Recuerda sus travesuras
adolescentes, a veces descubiertas por su madre con la consiguiente reprimenda
y paliza. Recuerda la tragedia de su amigo Andrés quien al regresar a Guatemala
después de un viaje largo, se entera que Connie ha muerto y con ella se llevó
al hijo suyo que esperaba. Recuerda el origen de su fobia a los perros y los
apuros que pasó al ofrecerle a un general un perro que no tenía posibilidades
de obsequiarle.
El protagonista, mientras viaja por
diferentes ciudades de Europa en busca de Inmaculada más que con ella se va
encontrando consigo mismo y el viaje le sirve para conocerse mejor.
Desde los primeros capítulos del libro es
evidente que Inmaculada no va a aparecer. Solo la esperanza de encontrarla en
una búsqueda a través de Europa sin más recursos que una fotografía es algo
descabellado. No hay problema entonces en declarar que efectivamente Inmaculada
no aparece y que el muchachito guatemalteco, con la billetera vacía y las tarjetas
al tope, resignadamente tiene que emprender el camino de regreso. “Aunque no te
vi por más que caminé hasta casi romper mis zapatos y provocar ampollas en mis
pies, estoy completamente seguro que siempre estuviste cerca”, reflexiona.
Resulta difícil indicar exactamente dónde es
que radica el gran encanto de Completamente
Inmaculada, la novela del escritor guatemalteco Francisco Alejandro Méndez
sobre esta búsqueda que se adivina frustrada desde un principio.
La carga romántica es verdadera conmovedora
puesto que no hay nada que acentúe más la soledad y el enamoramiento que la
ausencia de alguien a quien se recuerda todos los días. Pero calificar a Completamente Inmaculada como novela
romántica sería más que injusto. Fiel exponente de la sensibilidad de una
generación reacia a soltar ráfagas de suspiros, la novela está escrita con un
tono desenfadado y cargado de cinismo que disimula con humor negro, y del fino,
cualquier aproximación a un exceso sentimental. Profundamente crítica ante la
realidad del entorno, transgresora frente a todo lo convencional del medio
heredado y no escogido, íntima hasta la médula y fresca y amena como una
conversación entre amigos, la novela es una fruta de sabores diversos que se
disfruta tanto en lo que tiene de dulce como en lo que tiene de amargo.
El ritmo de la narración es ágil y no se
detiene en observaciones ni en reflexiones más allá de lo estrictamente
necesario. Más que decir, Francisco es un escritor que sabe insinuar y sabe que
no hay que agregar nada, por ejemplo, al poner en boca del protagonista el
contundente par de frases: “Madrid es hermoso. Aquí nació ella.”
Quizá la reflexión más recurrente a lo largo
de la lectura del libro sea la de que, en materia de búsquedas, lo importante
no es tanto el hallazgo como la búsqueda en sí misma. Para ilustrarlo con un
ejemplo clásico podríamos traer a colación la Odisea. Al repasar todas las
aventuras por las que pasa Ulises, desde cegar al Cíclope hasta escuchar el
canto de las sirenas, con frecuencia olvidamos, distraídos por tanto relato
maravilloso, que Ulises lo único que quería era volver a su casa. Es decir, lo
que hace rico un viaje no es el destino sino la ruta.
Curiosamente, aunque todo viaje es un retorno
desde el mismo instante de la partida, el que vuelve es alguien distinto al que
se fue. El que regresa al mismo punto es muy distinto al que nunca ha salido de
él, de la misma forma en que el busca, aunque no encuentre, es diferente al que
nunca ha buscado.
La novela presenta el marcado contraste entre
experiencias distintas y mientras el protagonista pretende encontrar el amor
verdadero en ese viaje largo, se tiene claro que Andrés lo perdió por una
ausencia prolongada. Al mismo tiempo que el guatemalteco experimenta la
fascinación arquitectónica y cultural por el viejo continente, reafirma con
orgullo todo lo bueno, lo malo y lo feo de sus orígenes.
Sin pretensiones de denuncia ni de
reivindicación, sin rasgarse las vestiduras por la injusticia pero sin pasarle
indiferente al lado, sin referencias folclóricas ni pintorescas con miras de
exportación, Completamente Inmaculada
es una buena muestra de la corriente más fresca y actual de la literatura
centroamericana. Una literatura ciertamente de sabor desencantado, de humor
ácido, patriotismo irreverente y ajena a reivindicaciones mesiánicas o
compromisos inevitables, que puede al mismo tiempo llegar a ser profundamente
íntima como socialmente reveladora.
El escritor guatemalteco Francisco Alejandro Méndez. |
INSC: 1614
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