El perfume de un beso. Carlos Tapia. Perro Azul, Costa Rica, 2001. |
Apenas
apareció, numerosas voces se levantaron
para catalogarla como una novela rosa. Si acaso lo fuera, sería, en todo caso, la primera novela rosa costarricense. En mi opinión el calificativo es injusto: El perfume de un beso podría considerarse
rosa por su tema, pero nunca por la forma en que lo afronta. La narración no es
lineal, como se esperaría en una novela rosa, sino que la trama se enfrenta
desde diferentes entradas.
La
secuencia de imágenes y acontecimientos, procedentes de diversos momentos cronológicos
y psicológicos, unido a la alta carga visual de lo narrado, le da al desarrollo
del argumento todo el sabor de una película de escenas breves e intensas.
El
manejo que hace Tapia de lo inmediato, lo absurdo y lo mágico, al revolverlo
sin el más mínimo empacho, le da un encanto morboso a la novela ya que el
lector, desde el primer momento, tiene claro que los hechos se desarrollan en
un mundo en el que todo es posible.
El asunto está más o menos
así: en uno de aquellos caserones de cafetal de Tres Ríos, tres mujeres (la
abuela y dos nietas) llevan una vida totalmente aislada del resto del mundo.
Naturalmente, el llamado a destruir ese idílico rincón paradisiaco tenía que
ser un hombre, pero Tapia mete a dos en la danza. Eusebito, una inofensiva alma
de Dios incapaz de matar una mosca, y Rodrigo, el verdulero, quien, aunque no
podría decirse que tiene la actitud de un don Juan, al menos es más atrevido.
Curiosamente,
pese al encierro impuesto por la abuela, aquellas mujeres, en sus largas horas
de ocio, se entretenían viendo tele o leyendo revistas, en las que se enteraban
de los escándalos más sonados y de los crímenes más sangrientos, de manera que
su reclusión había acabado por darles una visión grotesca y mórbida del mundo
exterior.
La
novela menciona sin ningún el asesinato de Selena, el Show de Cristina o de
Geraldo, así como el juicio, convertido en culebrón, de O.J. Simpson.
Carmelina
y Leila Clavel, las dos hermanas, se enamoran de Rodrigo quien es incapaz de
escoger una, porque eso significaría rechazar a la otra. Para poder quedarse
con ambas, cosa que ellas consentirían sin mayor complicación, es necesario
sacar del medio a la abuela. Aquí entra en juego el elemento mágico, porque
resulta que Doña Etelvides, la matriarca, tenía a la muerte detenida con una
colcha de colores. Rodrigo quitó la colcha y problema resuelto: la vieja se fue
para el otro mundo.
Sin embargo, la abuela, de quien las niñas
heredan lo ninfómanas, se da el lujo de regresar del más allá cada vez que la
ocasión lo amerita, valiéndose de medios tan poco fantasmales como la pantalla
de la televisión.
En
el desarrollo de la trama, el recargo de adjetivos le da a ciertos tramos de la
narración un aire cursi, fácilmente disculpable por ser evidentemente deliberado.
En todo caso, resulta inevitable ponerse cursi al explorar el mundo de dos
mujeres inquietas que, debido a los cuidados de su abuela (que no era ninguna
blanca paloma) han venido a conocer el mundo demasiado tarde.
El numerito del
desfloramiento, sin embargo, fue quizá demasiado descriptivo, como si hubiera
sido hecho para consumo y escándalo de lectores impresionables, pasando por
alto el hecho de que la mayor parte de los impresionables no lee y la mayor
parte de los que leen no son impresionables.
Lo
cierto del caso, volviendo a la trama, es que se establece un triángulo amoroso
que, a diferencia de cualquier otro, no plantea mayor conflicto para ninguno de
los tres, que acaban dedicándose a tiempo completo a atender el negocito del
que viven y donde le han hecho campo, también, al buenazo de Eusebito.
Conforme
el matrimonio de tres se va agotando, la narración entra en digresiones que
pudieran interpretarse como una pérdida de rumbo, pero el despliegue de ingenio
y el simpático aderezo de sorpresas con que Tapia logra salpicar todas las
páginas, hace que el libro se lea con deleite de principio a fin.
No
se puede ignorar, sin embargo, que la tensión a lo largo del texto es
decreciente y conforme avanza, el autor
le dio cada vez más espacio a las ocurrencias. El salto, del caserón de Tres
Ríos a las pasarelas europeas, es precipitado tanto de ida como de vuelta y se
llega al final de la novela con conflictos y personajes diluidos. Quizá por la intensidad de su arranque, el
lector queda a la espera de un clímax definido, pero Eusebito nunca da la
sorpresa y Ricardo, Carmelina y Leila, aunque de alguna forma transgresores en
su conducta, no parecen aspirar a más que a la comodidad sin sobresaltos. La
madre de las muchachas, cuya historia, así como la de la abuela se relata en
forma paralela, acaba, en un abrir y cerrar de ojos, en África. La novela, que
arranca desde la calma, vuelve, tras un viaje por situaciones intensas, de
nuevo a la calma.
El
gran mérito de El perfume de un beso,
radica en su innegable capacidad de capturar al lector, entretenerlo,
divertirlo y hacerlo inmiscuirse en un mundo paralelo. Al respecto, y
considerando el éxito de público de esta novela, valdría la pena recapacitar y
discutir la importancia que tiene el que una obra literaria sea entretenida.
Sin intención de suscribir un manifiesto a favor de la literatura light, lo cierto es que muchos de los
que la critican, han llegado a considerar un mérito el tragarse libros que, por
su absoluta incapacidad de ser amenos, resultan ilegibles para el común de los
mortales.
Tapia
nunca se propuso escribir una novela que fuera analizada por los entendidos. Lo
que hizo fue narrar, solo narrar y nada más que narrar y hay que reconocerle el
haber logrado un libro interesante, amigable y accesible para cualquier lector.
INSC: 1120
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