La mano suicida. María Montero. Perro Azul. Costa Rica. 2000. |
Llevaba quince años sin publicar y, en el
2000, sorprendió con las reflexiones de una mujer, artista y madre, que a pesar
de todo lo sufrido, tiene el valor de enfrentarse a sus fantasmas con la frente
en alto. Tal vez sea mucho el dolor acumulado, pero nunca será tanto como la
fortaleza que siempre la empujó a apostar por la vida.
Echar la vista atrás y hacer un inventario
minucioso de los desaciertos y tropiezos del camino, no tiene que ser
necesariamente (y María nos lo demuestra) un ejercicio de autocompasión que no
pase de lamer las viejas heridas.
Aunque la voz de María se enfrenta a dolores
que han calado hondo, no los aborda con el asombro de quien mira horrorizado la
herida sangrante, sino con la serenidad de quien, lleno de nostalgia, contempla
la cicatriz que le trae de recuerdos de otra época.
La
mano suicida es un libro que suda honestidad. En todos sus poemas es palpable la
intención de la autora por abandonar los pudores y desnudar hasta sus más íntimos
pensamientos. Es un libro transparente como una casa de cristal en la que quien
la habita no tiene manera de ocultarse.
Su estilo, totalmente ayuno de florituras e
ingeniosidades, es limpio, fresco, sin un solo retruécano. María, a fin de
cuentas, es mujer de pocas palabras. Sus poemas son concisos y, por ello,
impactantes. La aliteración (empezar distintos versos con la misma palabra) tal
parece que es su arma favorita. Las palabras se repiten en un ritmo constante,
como si estuvieran entonando un mantra o una letanía. Lo que pasa es que los
sinónimos no existen y cuando se logra dar con la palabra buscada, no queda más
que repetirla con la insistencia de quien da martillazos sobre la cabeza de un
clavo. Los poemas de María tienen ritmo de martilleo, un martilleo tan intenso
y sostenido que a veces, pese a la brevedad de los textos, el lector se ve
obligado a tomar una pausa para asimilar mejor los golpes.
Que nadie se deje engañar por el título y la
portada. “La mano suicida” no es un libro pesimista, aunque tampoco es
esperanzador. Es un libro, como ya se dijo, transparentemente honesto, en que
la autora, al hacer recuento de sus desencantos nos brinda, quizá
inadvertidamente, una muestra de su inmensa fortaleza.
La voz y la mirada del libro son, de más está
decirlo, femeninas, pero no se trata de un asunto de pose ni de corrección
política. La mujer que se adivina tras los poemas de La mano suicida no es de las que tienen que predicar su igualdad ni
de las que gustan de subrayar su femineidad.
En la primera parte del libro, titulada
también La mano suicida, encontramos
a una mujer que se observa a sí misma y a todas las mujeres a su alrededor. Es
una mujer que se mira al espejo y tiene el valor de admitir que no es lo que
ella cree que es, ni llegará a ser quien quería ser. Una mujer que admite que
ha hecho todas las cosas que dijo que nunca haría y a la que, para colmo de
males, ya no le queda el vestido de hacer diabluras. Cree que no le importan
los piropos, pero cuando escucha uno, piensa en lo hermosa que es. Es la mujer
que espera un milagro en la ventana del cuarto, la que se hace la dormida para
poder estar más sola. Es la madre que en el momento del parto siente que el
dolor se le convierte en destino de la cintura para abajo.
¿Quién es esa mujer? María nos lo aclara en un
poema titulado precisamente Soy. Esa
mujer es la artista, la alcohólica, la feminista y la académica. La mujer que
es tan hombre como tú. También es la imbécil, la hipocondríaca, la puta, la
pobre infeliz que no tiene un centímetro de cerebro y vive esperando una
limosna del padre de sus hijos. Esa mujer del poemario, son todas las mujeres.
Días
contados, la segunda parte del libro, se ocupa del eterno juego del romance y
el erotismo, afrontándolo de manera irónica y desencantada. En Espejismo de la dicha nos dice:
Ya no tengo el aliento ni la esperanza
sino la marea de la sangre
cansada del naufragio.
He dejado de creer en casi todo.
Anoche
a oscuras
quemé las pocas luces del amor
con la ayuda de un desconocido.
A fin de cuentas, como revela en Reglas del juego:
Todos coinciden en haberme amado.
Todos coinciden en haberse ido.
En todo caso, darse cuenta que el amor eterno
tiene los días contados y que el abandono es parte del proceso, no es una gran
tragedia porque, nos lo enseña el mismo libro, una mujer nunca está sola.
La última parte del libro, titulada Defectos especiales está dedicado a la
eterna exploración del Ars poética, un ejercicio en que el artista trata de
explicar (y explicarse) la forma en que concibe y asume su labor creadora. Como
era de esperarse, la actitud de María Montero, ante el arte, está totalmente
libre de solemnidad y de pose. La artista confiesa que la poesía no le interesa
tanto como enamorar a un hombre (o a dos), hacer una buena salsa de tomate
natural o secar los cuerpos desnudos de sus hijas.
María tiene claro que en esta vida hay cosas
mucho más valiosas que la poesía. Vivir por ejemplo. Quizá por ello esta
brillante escritora no se ha desesperado por publicar y mantener su nombre
vigente en la comunidad literaria, tan llena de poetas desechables. En 1985,
con su primer libro El juego conquistado ganó
el Premio Joven Creación. Aunque tras la publicación de su primer libro,
algunos de sus trabajos han sido recopilados en antologías, tardó quince años
en publicar el segundo.
Al igual que todos los poetas que, en vez de
vivir desesperados por publicar, saben trabajar sus textos el tiempo que sea
necesario, María ha logrado brindarnos un poemario fuerte, contundente y
memorable.
En uno de los poemas que aparecen en este
libro, María reconoce que entre sus virtudes nunca se destacó la puntería. Es
injusta consigo mismo porque, con este libro, no solo acertó sino que dio en el
blanco con una precisión deslumbrante.
María Montero
Una mujer no tiene dirección:
todos sus costados son profundos
No anhela caminos de regreso
mas si
un horizonte indefinido
de pájaros centrífugos.
Una mujer necesita el asombro
de la oscuridad sostenida ante sus ojos
y no los límites precisos de un espejo.
Una mujer se esparce en el aire.
Una mujer nunca está sola.
INSC:
2066
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