miércoles, 24 de septiembre de 2014

Lunada poética.

Lunada poética. Armando Rodríguez
Ballesteros. Andrómeda. Costa Rica
2005.
El 30 de mayo del 2002, último jueves de mes, los poetas Osvaldo Sauma, María Montero, Armando Rodríguez Ballesteros y Mauricio Molina, tomaron asiento en la mesa principal de la Casa de Cultura Popular José Figueres Ferrer, del Banco Popular y de Desarrollo Comunal y leyeron sus poemas ante el público numeroso y atento que colmaba el recinto. Con ese acto se daba inicio al ciclo de Lunadas Poéticas que, creado por los poetas Mauricio Molina y Armando Rodríguez Ballesteros, pretendía seguirse convocando mensualmente.

Como en todo inicio, el optimismo iba de la mano con el temor. El público había respondido a esa primera convocatoria de manera entusiasta, pero estaba por verse si la cita podía seguir siendo atractiva y concurrida en el largo plazo. Esa primera noche se planteó, en son de broma, el problema de que, a lectura por mes, pronto se agotarían los poetas o se agotaría el público. Afortunadamente, el vaticinio no se cumplió y la cita mensual se mantuvo por varios años.
En San José, con frencuencia hay lecturas de poesía en diversos sitios, pero esas actividades, pretendidamente públicas, acaban siendo bastante restringidas ya que se hacen por y para los amigos. Cada capilla literaria organiza su evento por separado, leen sus miembros y reciben el aplauso de sus adeptos. El público en general que asiste a estos encuentros, acaba recibiendo solamente una muestra muy reducida de la gran variedad de tipos de poesía que se escriben en la actualidad.
Las lunadas pretendían ir más allá del club de amigos y sentar juntos a poetas de distintas escuelas. Se dio el caso de que un poeta reconocido, con premios internacionales, traducido e incluido en antologías, compartiera la mesa con un poeta inédito. En una lunada leyeron Carlos Bonilla, Alexander Obando, Adriano Corrales y Ronald Bonilla. Quien esté familiarizado con el tipo de poesía que cultiva cada uno de ellos tendrá dificultad para imaginárselos juntos. La lista de poetas que participaron es larga e incluye, entre muchísimos otros, a Luis Chaves, Carlos Cortés, Julieta Dobles o Américo Ochoa.
El hecho de que autores de calidades, exploraciones, fines y medios tan diversos hayan leído juntos y que el público (formado por admiradores de unos y detractores de otros), haya tenido la oportunidad de escuchar poemas totalmente distintos a los que están acostumbrados, facilitó que todos ampliaran su criterio. Pese a la rivalidad existente entre los creadores, pese al rechazo que los cultores de determinadas estéticas profesan hacia quienes se les sitúan en las antípodas, el ejercicio de la poesía, tando desde la creación como desde el disfrute, permite la confrontación respetuosa y hasta fraternal.
Definitivamente memorable fue aquella noche en que, junto a dos poetas debutantes, leyeron Laureno Albán, Alfonso Chase y Jorge Charpentier. Charpentier insistió en leer de último. Alfonso y Laureano, encogiéndose de hombros, se lo permitieron. "Hay que dejarlo porque es el más viejo". La lectura avanzó según lo acordado: diez minutos para cada uno. Esa noche, yo era el maestro de ceremonias y cuando le indiqué a Charpantier que se había agotado el tiempo y había que despedir la actividad, pidió la oportunidad de leer dos poemas más. Cuando los leyó, pidió chance para otros dos y, después, para dos más. Tanto el público como la mesa principal acabaron aceptando de buena gana lo inevitable: que el viejo poeta leyera todo su libro inédito. Esa fue su intención desde el inicio. Charpentier estuvo magnífico y, cuando terminó, recibió una estruendosa ovación que incluyó hasta los hurras de los poetas jóvenes que acostumbraban sentarse atrás para poder burlarse de todo lo que se dijera al frente. En los abrazos y felicitaciones que le llovieron a Charpentier en el brindis posterior, nadie podía suponer que aquella sería su última lectura, la despedida de sus amigos de letras. La muerte lo sorprendió poco después, cuando se preparaba, con mucha ilusión, para participar en el Festival de poesía de Bogotá donde, seguramente, también esperaba cortar rabo y orejas. El libro que leyó entero nunca se publicó.
En cada Lunada, los asistentes recibían una plaquete con poemas de los lectores de la noche. En el 2005, Armando Rodríguez Ballesteros publicó, con Ediciones Andrómeda,  una antología en la que incluyó a los treinta y siete poetas que habían leído durante los dos primeros años. Es interesante repasar los poemas incluidos, porque no hay uno que se asemeje a otro. Cada vez que escucho a alguien disertar sobre qué es poesía y qué no lo es, qué es literatura y qué es subliteratura, cuáles autores son buenos y cuáles malos, recuerdo tanto las lecturas de las Lunadas como su antología. A las antologías se les suele criticar lo arbitrario de la selección. ¿Por qué incluyeron a este? ¿Por qué no incluyeron a este otro? Ese cuestionamiento, no se le puede hacer al libro de las Lunadas, simple y sencillamente, porque allí están todos los que participaron. Que cada quien tenga sus gustos, criterios y preferencias es natural e inevitable. Que quienes comparten una determinada estética la promuevan y la difundan, es algo que nadie discute.
Lo que es lamentable, es el hecho de que en la divulgación literaria la tolerancia y la amplitud de criterio sea la excepción y no la regla. Lo que es triste es que quienes dicen pretender acercar al público a la poesía, traten de atraer adeptos para encerrarlos en su corral en vez de ofrecer una muestra de todo el abanico de posibilidades que hay para escoger.
Las reuniones de los cenáculos literarios de gusto y producción afín, no atraen al público. Las antologías de compañeros de capilla no son interesantes porque todos escriben de la misma forma.
Iniciativas como las Lunadas no son comunes. Tal vez por eso las recuerdo con tanta nostalgia.



Aquí estoy bien acompañado por el poeta Armando Rodríguez Ballesteros, al centro,
y David Gutiérrez Jalet, a la derecha. 
INSC: 1953

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