sábado, 27 de septiembre de 2014

Tanta fe como dudas.

Puera de los ciegos. Carlos Bonilla. Perro
Azul, Costa Rica, 2002.
Escribir sobre Dios es un riesgo tan enorme como el tema mismo. Para el creyente, reflexionar sobre la figura Divina no deja de resultar abrumador por lo aplastante de su magnitud. Para el no creyente, Dios, como concepto, sigue siendo bastante duro de manejar. Por algo Roque Dalton, con el cinismo que le era característico, dejó escrito que “El problema de Dios es tan intenso que por eso más vale no caer nunca en las garras de Dios”.
Sobre Dios, ese tema intenso e inmenso, trata Puerta de los ciegos,  de Carlos Bonilla Avendaño . Es un poemario pequeño, de poco más de 60 páginas, pero con semejante tema ningún libro es corto o, más bien, todos acaban siéndolo.
Los poemas iniciales nos marcan la cancha muy claramente. No se abordará el tema desde la verdad ni desde la definición preconcebida y firmemente asumida, sino desde el terreno, bastante movedizo, de la duda. Contra lo que comúnmente se piensa, la fe no está relacionada con la certeza sino, más bien con el acto de asumir como verdadero algo sobre lo que no se tiene y nunca se podrá tener ninguna certeza.  Quien conoce  todas las respuestas no necesita de la fe tanto como el que se interroga constantemente.
Creyente o no, quien reflexiona sobre Dios, queda siempre con preguntas sin responder,  con misterios enormes e inabarcables.
Puerta de los ciegos no intenta responder nada, sino más bien, por el contrario,  plantea cuestionamientos que acaban siendo incontestables.
Los poemas son breves, escuetos, casi podría decirse que telegráficos. El asunto se plantea de golpe, con la misma brevedad y firmeza con que se le ensartan las banderillas al toro para herirlo y provocarlo. Ni un adjetivo innecesario, ni un giro puramente decorativo. Aquí todo es sustancia y punto. Provocaciones lanzadas sin más palabras que las estrictamente necesarias.
 Los poemas vienen ordenados en secciones que parten la lectura en diferentes estadios. Se arranca, como se dijo, planteando el asunto desde la duda. Apenas al inicio un niño de diez años pregunta que si Dios conoce el futuro, ¿por qué puso a prueba la fe de los profetas?  No es posible contestar la pregunta sin balbucear, porque tan solo un balbuceo es lo más que podemos decir sobre Dios.
Sin entretenerse demasiado en la duda que experimenta el creyente, la segunda parte del poemario, titulada La zarza ardiente, nos hace ocuparnos de Dios, no solo como esa sombra oculta detrás de todo, sino como la fuerza revelada o que quiere revelarse. Dios, el invisible, el gran incógnito, no quiere permanecer oculto, pero  tampoco están claros los posibles puentes de comunicación para encontrarlo.
Una tercera parte, titulada Sombras de tu ausencia, se ocupa de lo que San Juan de la Cruz llamaba “la noche oscura”, esos momentos en que Dios parece, más que oculto, ausente.
La cuarta y quinta parte del libro se ocupan de la figura de Nuestro Señor Jesucristo, concentrándose principalmente en lo humano de su persona, en la debilidad y confusión que podría albergar su parte mortal y terrena ante su propia figura y cuestionando el hecho de que, a quien no quiso vivir con máscaras, tras su muerte sus seguidores lo han enmascarado. Más adelante, con poemas aparte, se hace glosa de las palabras que Cristo dijo en la cruz. Vale mencionar que al referirse a la frase: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”, el poema correspondiente, en vez de prestarle atención al destino, el paraíso, se centra más bien en el verbo: “estarás”, porque lo importante, sin importar dónde, es la promesa que implica el  “estarás”.
El libro cierra con unos poemas llenos de esperanza titulados en conjunto, muy oportunamente, “Vigilia”.

No sé si abrazás el universo o
 simplemente inútil y vencido
 mirás la vida que se escurre.
A tus pies, un baile de disfraces:
soldados, sacerdotes, plañideras,
cada quien con su máscara imagina,
cargar en tu dolor su propio peso.
Amigos y enemigos respiran el mismo aire...

Puerta de los ciegos es un poemario inquietante, cuya gran limpieza formal facilita la sintonía con un estremecimiento tan íntimo y espiritual, que no puede ser descrito sino solamente insinuado.
Este sería, por cierto, el término que mejor describiría el tono del libro. Es una obra insinuante, que no responde sino que plantea, que no muestra sino que asoma, que no deduce sino que supone.
Con Dios como tema, en todo caso, siempre será más lo oculto que lo mostrado y Puerta de los ciegos está escrito con la conciencia de que las palabras acabarán callando mucho más de lo que puedan decir. 


Te pienso
Carlos Bonilla


No sé bien desde cuáles horizontes

Poblador del silencio
parábola difusa de todas las hipérboles

Te creo
desde la oscura luz de esta vigilia
desde la inasible nostalgia del futuro
desde el hilo que me une al universo.

Te sueño
hasta el instante en que te ame cara a cara

o hasta que el barro devuelva mi memoria
a la brillante oscuridad del cosmos


o al minuto infinito de la flor.


INSC: 1472

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