Bajo sospecha. Rolando Ambrón. Editorial Costa Rica. 2001. |
Existen diferencias notables entre un narrador y un predicador. Quienes tratan de combinar ambos oficios acaban, por lo general, escribiendo un libro propagandísticamente ineficaz y literariamente pobre. Dentro de los libros de este tipo (desde las novelas edificantes de antaño hasta la literatura comprometida de denuncia social en boga en los años de la guerra fría) son realmente pocos los casos que se pueden rescatar como obras literarias respetables.
Pero la gente insiste. El libro Bajo sospecha, de Rolando Ambón, es una buena muestra de cómo la mezcla de narración con discurso acaba perjudicando tanto a la una como al otro. El tomo recoge cinco cuentos sobre la realidad más inmediata del pueblo cubano. Tal parece que los ojos del mundo se mantienen volcados sobre Cuba y todos los libros que se publican sobre la isla, buenos y malos, acaban llamando la atención. Son muchos los curiosos interesados en saber algo más sobre la vida cotidiana en el único país del hemisferio occidental que mantiene un régimen de monarquía absoluta.
Vale recordar como muestra, los libros El rey de La Habana de Pedro Juan Gutiérrez, La noche de la jinetera de Jordi Sierra, Viaje al corazón de Cuba de Carlos Alberto Montaner y Jineteras de Amir Valle como botones de muestra de los libros sobre la realidad cubana que han sido leídos vorazmente en los últimos años.
Existe un interés morboso acerca de la realidad de la isla y los escritores lo aprovechan. Hay quienes solamente pintan cuadros de miseria, quienes plantean la apología o la censura del régimen y quienes se quedan sin ir más allá de lo pintoresco. El régimen cubano es absurdo y sus disposiciones, inevitablemente, acaban generando situaciones absurdas. Cualquiera que viaje a Cuba regresará contando historias que serían completamente irreales en cualquier otro sitio. El material para un buen cuento o una buena novela está al alcance de la mano. Sin embargo, casi todo lo que se escribe sobre Cuba viene tamizado por un filtro propagandístico, ya sea para criticar la dictadura o para defenderla. Estas obras, de algún modo, generan desconfianza.
En el libro de Ambrón, la desconfianza aparece desde la primera página. En una introducción, afortunadamente breve, el autor manifiesta su deseo de que los cuentos "sirvan para que aquellos que gozan de libertad la conserven y luchen por ella". Mala señal. No se supone que los cuentos "sirvan" para algo, por lo que la lectura se emprende resignado a toparse, cada cierto trecho, con un discursito orientador.
En La cola del pan, el primero de los relatos, las sospechas se confirman. Un grupo de personas hace cola para comprar pan y la aparición de cada personaje viene acompañada de un filazo al régimen. El cuento se ocupa más de la divulgación de problemas que en la búsqueda de un drama humano aprovechable literariamente. Allí no hay vida, hay consignas. Un pueblo harto de colas y regateos es un material excelente para desarrollar un cuento, pero Ambrón decidió quedarse en la simple descripción del hecho.
En el segundo cuento El chofer profesional, aparece la infaltable jinetera, personaje omnipresente en todo cuanto se escribe sobre Cuba. Desde que el turismo vino a darle un respiro a la quebrada economía cubana tras la caída de la Unión Soviética, la muchacha que se prostituye en divisas llegó a ser una figura constante en el paisaje urbano de cada ciudad y cada barrio. De nuevo el afán informativo impide desarrollar una observación profunda. En este cuento, además, salta a la vista que Ambrón no es un escritor muy cuidadoso. Las torpezas formales son frecuentes y graves.
En una línea: "El Lada rodaba raudo rumbo a los últimos resplandores", además de la cacofonía evidente, lo rebuscado y lo redicho dejan claro que estos cuentos no son obra de una persona acostumbrada a escribir. La redacción de numerosos párrafos, es lamentable.
El cuento número tres, El atentado, no parece mejorar en este aspecto.
Bajo sospecha, el relato siguiente que da título al libro, carece por completo de tensión y, por largo, llega a resultar tedioso. La flaqueza principal de estos cuentos radica, como ya se dijo, en el hecho de escribir exclusivamente en función del contenido. Cuando alguien pretende escribir un cuento para dar un mensaje, lo más probable es que no logre ni escribir el cuento ni dar el mensaje.
Se comprende el hecho de que los relatos tengan la perspectiva de un exiliado (Ambrón es cubano residente en Costa Rica), pero el descuido formal y la mirada superflua son cosas que un lector de cuentos no perdona.
Nadie discute que la situación económica de Cuba es precaria, que el régimen es represivo y que la burocracia es kafkiana, pero ¿qué hay más allá de todo eso? Para el discurso virulento está el panfleto, para el análisis de actualidad está el reportaje. La literatura, aunque informe y analice, se supone que va un paso más allá. La literatura llega hasta lo más hondo del ser humano, la literatura es capaz de mostrar la vida palpitando detrás de todo aquello que no es más que una circunstancia.
Los primeros cuatro cuentos de este libro no pudieron llegar a ese nivel. Sucumbieron ahogados en denuncias, lamentos y reclamos. Estas objeciones, de más está decirlo, no responden a una crítica ideológica, sino estética. Igual de molestos habrían sido estos cuentos si hubieran pregonado en la dirección contraria.
Cuando ya daba por un hecho que este sería un libro de cuentos fallido, tuve una sorpresa. El último cuento, titulado La salida, aunque a veces se pasa de sentimental, rompe el patrón de los anteriores, hace a un lado el discurso y se concentra en la narración, al punto de llegar a ser conmovedor.
Este último cuento es sobre la emigración de Cuba pero, en vez de despotricar contra las privaciones que han obligado a tantos a buscar vida en otra parte, la historia se ocupa de la experiencia de una familia en particular.
Sin mayores alusiones al régimen, muestra la emigración, no como un problema político, sino como el trago amargo de tener que separarse de los seres queridos. En estas últimas páginas hay vida, amor de una madre a su hijo y amor de un marido a su esposa. El autor logró construir con cierta profundidad un grupito de personajes a los que el lector les toma cariño y con los que, desde su posición de testigo, sufre lo difícil del paso que las circunstancias los han obligado a dar.
En la tapa del libro se dice que el autor considera que el escritor debe ser cronista y testigo. Ante un libro que, lamentablemente, se quedó en la intención, se podría corregir ese texto aclarando, más bien, que para ser escritor, no basta con ser cronista y testigo.
INSC: 1187
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