La novela de Perón. Tomás Eloy Martínez. Alfaguara, España, 2003. |
Contrariedades aparte, La novela de
Perón es, hay que decirlo, una gran novela. Arranca con una cita de Hemingway: “Si el
lector lo prefiere, puede considerar este libro como una obra de ficción.
Siempre cabe la posibilidad de que un libro de ficción deje caer alguna luz
sobre las cosas que antes fueron narradas como hechos”.
Aunque se refiere a un personaje histórico y salta a la vista la profunda
investigación documental y testimonial que hay detrás de cada episodio narrado,
este libro es ante todo una novela, tal vez una novela biográfica, pero no una
biografía. Si fuera una biografía se habría concentrado en Perón el dictador,
habría descrito su ascenso y caída y habría juzgado su papel en la historia
argentina. Pero como este libro es una novela, está concentrado, no en el Perón
todopoderoso, sino en el Perón frágil. De hecho, en todo el libro no hay ni una
página que se refiera al General en el poder.
Aparece siendo niño, en la remotidad en que creció cazando guanacos y,
ya viejo, soportando el aburrimiento del exilio en Madrid. Jovencito, como
sufrido cadete en la academia militar o, ya maduro, empezando su carrera como
agregado militar en Chile al lado de su primera esposa Potota. Tomás Eloy
Martínez evitó en toda la obra referirse al Perón asomado al Balcón de la Casa
Rosada con una multitud incondicional a sus pies. Prefirió ocuparse del muchachito
inocentón que no tenía idea de para dónde iba su vida, o del viejo cansado y
enfermo que juega con sus perritas y ve pasar los días sin conmoverse ante los
acontecimientos.
Con cierta frecuencia aparecen en el libro, apenas separadas por unas cuantas
páginas, dos versiones distintas del mismo acontecimiento. Se cuenta la cosa de
una manera y, poco después, se cuenta de una manera distinta. El truco, es
propio de Perón, quien descubrió que la mejor forma de ser infalible era
contradiciéndose. De esa forma, si alguien le echaba en cara una declaración
suya en que dijo tal cosa, él siempre podía citar una o varias declaraciones
diversas, en que dijo todo lo contrario.
Anticomunista, populista, nacionalista y autoritario, Perón instauró, en
Argentina, un fascismo similar al de su admirado Mussolini, con quien tuvo la
oportunidad de entrevistarse en Roma, cuando Perón era apenas un oficial que
empezaba a destacar y el Duce era ya el Duce.
En sus años de gloria y poder, la prensa no solo lo colmó de elogios, sino
que cada medio de comunicación competía con los otros por expresar la
admiración mas desbocada hacia el líder. Con este tipo de información,
insistente, unánime y constante, el pueblo argentino creyó que el futuro de su
país estaba en las manos de un hombre, que era el único capaz de solucionarlo
todo. El credo peronista, que los adeptos recitaban como si fuera un catecismo,
exigía fe ciega y absoluta en el líder.
Ese líder, según nos lo muestra la novela, era un hombre sencillón, que
nada tenía de excepcional ni extraordinario. Un hombre que ni siquiera era muy
inteligente, ni muy valiente, ni muy fuerte.
Fue un niño y un muchacho muy sufrido y llegó a ser un viejito solitario
y enfermo que ya no le tenía paciencia ni a su corte. El Dr. Cámpora, completamente
incondicional al líder, llegó a la presidencia de la Nación solo para poder
entregársela a su amado Perón. Cuando Perón lo humillaba o lo toreaba con
bromas, el mayor drama de Cámpora era querer disculparse, pero no saber por
qué. Isabelita, la esposa de Perón, era una pobre mujer bobalicona cuyas
mayores preocupaciones eran combinar sus vestidos y el bienestar de sus
perritas. Y, finalmente, la figura
oscura y retorcida de López Rega, el mucamo autor de libros de esoterismo quien,
como un Rasputín criollo, llegó a ser (al final de la vida de Perón y,
especialmente, tras su muerte, cuando Isabelita heredó la presidencia) el
titiritero que manejó los hilos.
La novela de Perón es la historia sorprendente, llena de
detalles curiosos, de un niño triste, un joven inquieto y un viejo frágil. Lo
que hizo ese personaje, cuando no era ni niño triste, ni joven inquieto, ni
viejo frágil, no aparece en el libro.
La narración salta, con gran soltura, desde los últimos años, hasta los
primeros años, y así, brincando de un extremo al otro de una vida, sin
detenerse jamás en el centro, el lector va uniendo cabos. Esa narración en
zigzag no confunde, muy por el contrario, se disfruta. La recapitulación y
puesta en claro no era necesaria. Esta novela sin lugar a dudas merece muchos
elogios que, ojalá, sean más concretos que los de Vargas Llosa o Roa Bastos.
INSC: 2682
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