Flores oscuras. Sergio Ramírez Mercado. Alfagura, México, 2013. |
Sergio Ramírez Mercado es un escritor de
grandes méritos. Uno de ellos, es que es muy cuidadoso con su prosa. Ya se
trate de un cuento, una novela o un artículo periodístico, párrafo por párrafo
y hasta línea por línea, es evidente que el autor se esmeró por pulir el texto
meticulosamente. El estilo de don Sergio se caracteriza por ser ameno, casi
coloquial y desenfadado. Cuando relata acontecimientos, avanza a ritmo
acelerado. Cuando describe, logra pintar la escena con pocos trazos. Cuando los
personajes dialogan, van de una vez al grano. A Sergio Ramírez Mercado no le da
por barroquismos, ni preciosismos, ni laberintos experimentales. Es un narrador
capaz de establecer una atmósfera de charla amena con el lector, como si ambos
estuvieran meciéndose en sendos butacos en un atardecer de poca brisa. Su
prosa, sin embargo, como ya se dijo, es pulida.
Generalmente, este asunto del pulimiento, esta
obsesión por revisar y hacer cambios hasta lograr, no solo la página perfecta,
sino la línea perfecta en que cada palabra es la apropiada, suele ser común en
los escritores primerizos. Cuando alguien empieza a escribir, lo hace lleno de
dudas. Cambia el título, la primera línea y el final innumerables veces. Suele
consultar a sus amigos de confianza y está abierto a escuchar observaciones. El
resultado es que, por lo general, el esmero excesivo, en vez de favorecer la
prosa, la entiesa, la pone rígida. El texto de un escritor primerizo se
presenta con el rostro demasiado afeitado, el cabello demasiado peinado, los zapatos
demasiado lustrados, los pantalones demasiado planchados y la camisa demasiado
almidonada. Un buen consejo, en estos casos, es recomendarle que le pierda el
miedo al desaliño, que se despeine un poco.
Con el tiempo, se gana confianza y se
escribe de manera más suelta. Pero el exceso de confianza es tan peligroso como
el exceso de dudas. Son numerosos los casos de escritores que debutaron con
obras impecables y que, luego de alcanzar la fama y el reconocimiento, llegaron
a publicar páginas lamentables. Lo grave del caso, es que el escritor
consagrado, a diferencia del primerizo, ya no está tan abierto a escuchar
sugerencias y, aunque lo estuviese, son pocos los que se atreven a planteárselas.
Aunque el autor del libro es uno solo, en
el proceso de producción intervienen muchas personas. Desde que el autor
presenta el manuscrito, hasta que es finalmente publicado, el texto es revisado
por varios lectores y se supone que cada uno de ellos debería atreverse a
levantar la voz para señalar descuidos y torpezas, por el bien del prestigio
del libro, del autor y de la editorial.
Volviendo al caso de Sergio Ramírez
Mercado, un autor que capturó mi atención (y mi admiración) desde hace muchos
años, reitero lo que ya dije: su prosa es esmeradamente limpia de tropiezos
molestos.
Por eso me sorprendió que el primer cuento
de su libro Flores oscuras, publicado por Alfaguara en el 2013, estuviera
escrito de manera tan torpe. Afortunadamente, los otros relatos que completan
el tomo, sí están a la altura de su pluma, pero ese primer cuento, titulado Adán y Eva, está escrito con tal
simpleza que, si fuera de otro autor, y no de Sergio Ramírez, muy probablemente
la editorial le habría exigido corregirlo antes de publicarlo.
El cuento trata de un hombre y una mujer
que sostienen una conversación. Me abstengo de referirme al fondo para
concentrarme en la forma. Todo el diálogo está planteado con “dijo él…” “dijo
ella…” “dijo él…” “dijo ella…” “dijo él…” “dijo ella…”
Para ponerlo en números concretos, ya sea
refiriéndose a él o ella, la palabra “dijo” aparece noventa y un veces en siete
páginas. ¿Es que ya no hay diccionarios de sinónimos? ¿En vez de “decir”
noventa y un veces, no habrían podido acaso los personajes expresar, declarar,
mencionar, contar, manifestar, explicar, exponer, observar o responder? ¿Qué le
pasó a don Sergio? ¿Y qué le pasó al editor, al corrector y a los otros
lectores del manuscrito?
No creo que el uso exclusivo del verbo “decir”
sea una licencia o un recurso de estilo. Repetir noventa y un veces el mismo
verbo en siete páginas sin recurrir a un sinónimo, es una torpeza imperdonable
hasta para un estudiante de bachillerato. El cuento Adán y Eva, como todos los de don Sergio, es muy rico y se presta
para varias lecturas interesantes. El descuido con está escrito, sin embargo,
llega a ser, al menos para mí, un tropiezo molesto para poder apreciarlo.
A propósito de esta entrada, don Sergio me hizo llegar el siguiente mensaje.
A propósito de esta entrada, don Sergio me hizo llegar el siguiente mensaje.
Hola Carlos, muy interesante tu comentario sobre Adán y Eva, el cuento que abre Flores Oscuras. La repetición de el "dijo", es una de las viejas variaciones de los diálogos en todos los idiomas, y ese vicio viene desde Hemingway que usa la expresión constantemente. Quizás las dificultad consiste en que no es posible, o resultaría extravagante, usar sustitutos para el "dijo": los sinónimos en este caso son limitados, o resultarían extraños. La otra variante fundamental es no agregar nada y dejar solamente los guiones delante de lo que dicen los personajes. Y gracias por tu lectura del libro, un abrazo, SR
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