Camilo José Cela. (1916-2002) |
Aunque literariamente debutó como poeta y
con el correr de los años llegó a ser un popular autor de libros de viajes, un
articulista contundente y hasta un acucioso investigador lingüístico, sin lugar
a dudas fue en el terreno de la novela donde Camilo José Cela (1916-2002) cosechó
sus más altos triunfos y sus más agrias polémicas.
De una madurez literaria precoz, Cela logró demostrar, desde su primera
incursión en el género, los altos quilates de su oficio de novelista. La familia de Pascual Duarte, publicada cuando su autor contaba 26 años de
edad, no solo fue recibida con desbordante entusiasmo por parte del público y
de la crítica, sino que su segunda edición (publicada al año siguiente) tuvo el
honor de ser prohibida por la censura franquista, de manera que, para
satisfacer la demanda, debió seguir publicándose en Argentina. Su fama se
extendió como un incendio y, apenas cumplidos los treinta, Cela veía ya su
primera novela en diferentes ediciones europeas y americanas y traducida al
inglés, italiano, alemán, francés, búlgaro y ruso. En
España se llegó a decir -y finalmente se impuso- que Pascual Duarte era
la primera novela española (en importancia, se entiende) posterior a la Guerra
Civil y que, por ello, debía considerársele la continuadora de un género cuyo
desarrollo había sido interrumpido por el conflicto. Con los años, el Pascual
Duarte llegó a ser, después del Quijote, el libro español con mayor número
de ediciones en lenguas extranjeras.
Pero el éxito es siempre engañoso, sobre todo cuando se logra en el
primer intento. El propio Cela afirmaba que: “Cuando Dios quiere que alguien se
desnorte le da confianza en sí mismo”. Son muchos los que, tras haber alcanzado
la cima gracias a cierto mecanismo, adquieren, en la cúspide, el miedo a
abandonarlo y acaban siendo en adelante imitadores de sí mismos.
Ese no fue el caso de Cela. Tras haber impresionado al mundo entero con
una historia llena de pasiones, sangre y asesinatos, en Pabellón de reposo,
su segunda novela, relata los monótonos días de unos tuberculosos recluidos en
un asilo. Luego de retratar, con maestría, la vida y mentalidad de quienes casi
nunca salen de su pequeña aldea campesina, en La colmena, su célebre
novela de 1951, al contar lo que le sucede en solamente dos días a 160
personajes, logra un maravilloso retrato del hormigueo urbano del Madrid de la
posguerra.
Pero la enorme variedad de la obra novelística de Cela no es solo
temática sino, además, de construcción y planteamiento. Mientras que sus
primeras obras eran de composición bastante convencional, poco a poco Cela, al
igual que sus contemporáneos, fue incursionando en la construcción de novelas
de múltiples perspectivas y múltiples voces. Mrs. Caldwell habla con su hijo,
está construida a pedacitos, con los párrafos de un diario en que una madre le
escribe mensajes a un hijo muerto muy lejos cuyo cuerpo nunca apareció y, por
tanto, ella da por un hecho su regreso. Cristo versus Arizona es un
alucinante monólogo en que un cowboy relata como eran los salvajes días
en que Arizona estaba colmada de prostitutas y pistoleros. Oficio de
Tinieblas 5, la más experimental de sus novelas, es una suma de fragmentos
inconexos llenos de imágenes sorpresivas.
Cuando, tras sus exploraciones estilísticas, retomó el tema campesino,
escribió Mazurca para dos muertos, novela a la cual el comentario menos
elogioso que le hicieron fue llamarla obra maestra.
No todo eran elogios. Más allá del prestigio mundial que llegó a poner en sus manos todos los premios literarios de importancia, incluyendo el
Cervantes y el Nobel de Literatura de 1989, varias novelas de Cela acabarían
siendo verdaderos dolores de cabeza para su autor. Además de los conflictos con
la censura franquista que tuvieron Pascual Duarte y La Colmena, La
Catira, su novela venezolana encargada (y pagada) por el dictador Pérez
Jiménez y La cruz de San Andrés, reescrita a partir de un
manuscrito ajeno, fueron las responsables de las polémicas más agrias en la
trayectoria del escritor. Hay que hacer notar, sin embargo, que los
cuestionamientos más graves hechos a su obra, se basaron en razones morales,
éticas, históricas o políticas, es decir, fueron planteados siempre desde un
criterio extraliterario.
Literariamente
hablando, las novelas de Cela son de una construcción y composición impecable
aunque, como ya se dijo, cada una es sumamente particular y definitivamente
diferente al resto.
A diferencia de lo que sucede con otros novelistas, cuyos fans terminan
aplaudiendo todo lo que publican, con Cela ocurre que quien acaba fascinado con
una de sus novelas, por lo general es incapaz, no digamos de apreciar, sino ni
siquiera de soportar las otras.
Los estetas decimonónicos decían que un artista solo debía hacer dos
cosas: número uno, buscar su lenguaje y, número dos, una vez encontrado no
abandonarlo. Pero tal parece que Cela, al igual que su gran amigo Pablo
Picasso, siempre que estuvo detrás de un determinado lenguaje, en cuanto
llegaba a dominarlo lo abandonaba.
La figura de Camilo José Cela, tan llena de contrastes como su obra, le
generó tantas simpatías como antipatías, por lo que solo mentar su nombre
acababa provocando una acalorada discusión. Solo en una cosa tanto amigos como
enemigos están de acuerdo: fue Cela quien partiendo de los cánones del siglo
XIX, a través de sus numerosas incursiones en el género, logró llevar la novela
española a la altura de sus contemporáneas de otras lenguas y latitudes.
Seamos francos: escribir una novela es algo
que está al alcance de cualquiera que se lo proponga en serio. Escribir una
gran novela ya no es tan fácil, pero aún así son muchos los que lo han hecho.
Pero la capacidad de escribir otra gran novela, en el sentido de que en verdad
sea “otra”, es algo que solo muy pocos han logrado y definitivamente Cela fue
uno de ellos.
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