domingo, 28 de septiembre de 2014

Una caricatura.

Pura vida. José María Mendiluce. Planeta.
1998.
Ariadna, una joven funcionaria de la ONU, con el fin de tomar distancia de su novio, se traslada a "trabajar" (es un decir) a Costa Rica, país en que la vida consiste en sexo salvaje al aire libre, consumo de cocaína y marihuana, prostitución masculina y femenina y borracheras y bailongos continuos. Este es el contenido de Pura vida, novela de José María Mendiluce publicada por Planeta.
En España, tal parece que el libro tuvo buena acogida. En Costa Rica, fuimos pocos los que la leímos y a nadie le gustó. No se trata de prejuicio nacionalista. Los lectores costarricenses estamos abiertos a todo y una novela, ubicada en nuestro país, que se ocupara de hurgar en lo oscuro (consumo de drogas, prostitución, vida nocturna etc.) podría haber sido bien acogida. El problema es que Pura Vida es una novela pobre en todo sentido. Mal planteada, mal escrita, mal resuelta y llena de errores de todo tipo.
La leí, porque me despertó la curiosidad el hecho de que un autor europeo explorara nuestra realidad underground y quise ver qué lograba descubrir. El autor ni explora ni descubre nada y deja de manifiesto su terriblemente pobre y superficial nivel de observación y su absoluta incapacidad de construir una novela.
Para comprenderlo mejor, pongamos la situación a la inversa. Imaginemos que un autor costarricense escribe un libro sobre prostitución y consumo de drogas en, digamos, Sevilla, por ejemplo. A los sevillanos no les choca el tema y se acercan a la novela con la actitud abierta del lector libre de prejuicios pero descubren que, en la novela, los sevillanos hablan de vos, como los argentinos y que la catedral queda justo al lado del Museo del Prado. Las inexactitudes geográficas y lingüisticas acabarán siendo un tropiezo molesto en la lectura.
En Pura Vida, un negro de Limón usa el pronombre "vosotros", cuando cualquier persona medianamente culta sabe que no se usa en toda América Latina. Cuando en la novela se reproducen modismos del habla costarricense, son ridículos. Dice "aguatamal" en vez de "agualotal" y la lista de palabras de connotación sexual que, según el autor son comunes, las copió del libro de Láscaris sin enterarse de que están en desuso desde hace más de treinta años. Las nuevas, por supuesto, ni las escuchó, cono no escuchó ni vio nada de lo nuestro.
Haciendo uso de la mejor buena voluntad, estas torpezas podrían pasarse por alto. Mendiluce no tiene capacidad de reproducir nuestra variante del español y en materia de geografía, simplemente, está perdido. Podemos disculpar su ignorancia considerándola una licencia de la novela. Después de todo, si en una obra ficción, para seguir con el ejemplo, el Museo del Prado se ubica en Sevilla y los sevillanos hablan de vos sería, en todo caso, porque es una obra de ficción.
Que nadie espere, de este libro, ni la más mínima referencia histórica o sociológica sobre Costa Rica. En esta novela, Costa Rica es solo el decorado, el telón de fondo para que una muchachita tonta, drogadicta, promiscua y borracha pueda broncearse. La única razón de la existencia de los negros de Limón es satisfacer las fantasías sexuales de las aburridas europeas que cruzan el Atlántico en busca de emociones. Mendiluce no puede ver más allá ni más a fondo de lo evidente. Su visión, es la de un turista de paso. Sus imágenes, son las de una tarjeta postal. La poca información que brinda sobre Costa Rica, es la que puede encontrarse en cualquier folleto de turismo.
Pero hagamos todo eso a un lado. Si Pura Vida no tiene el más mínimo valor antropológico, histórico o social, ¿Cuáles son sus méritos literarios? Es difícil encontrarlos, puesto que incluso un lector no costarricense (que no se distraería con las inexactitudes) acabaría aburrido con esta novela cursi, lineal y predecible, en la que no hay ni un solo personaje bien construido ni una sola línea que valga la pena recordar.
Tal vez el único mérito de este libro, sea el mostrar que los funcionarios de los organismos internacionales, además de ser los burócratas mejor pagados del mundo, son los más inútiles. Ariadna, la protagonista, como Mendiluce, el autor, tienen en común el trabajar para esas organizaciones que, en el papel, se dedican a salvar al mundo pero que todos sabemos que, en la realidad, no hacen más que tener a sus funcionarios haciendo turismo a costa de otros. Este libro es una caricatura. Una caricatura mal dibujada, pero una caricatura al fin. Nada más que eso.
INSC: 0978 

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